lunes, marzo 22, 2010

Viaje a pie al Casanare

Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*

Casanare es la tierra donde Arturo Cova mascullaba los malos designios de un destino aciago y Alicia lloraba torturada por el calor, intuyendo un destino trágico en “La Vorágine”, la novela de José Eustasio Rivera. Es una tierra de vastas llanuras donde saltan encorvados los caballos tratando de liberarse de una silla y una soga que les impone sometimiento a los vaqueros del llano. Aún, en los preámbulos de un nuevo milenio, con la postmodernidad respirándonos en nuestros hombros, Casanare es una tierra encantada. Allí pueden suceder los eventos más extraños como realizarse una feria del libro sin libros, personas que se trocan en otras y verse con otra apariencia a la real, y encontrar en la intensa vida comercial avisos de negocios ocupados a otras actividades, menos a las que anuncian.

Hace unos cuatro años, por ejemplo, por una acusiosa y amable invitación de Anibal Cano, varios escritores fuimos convocados a un certamen que anunciaba algo que no habían tenido la iniciativa de hacer aquí en el Meta y Villavicencio las entidades culturales: Una feria del libro con todas las de la ley. Entre otros, asistieron Alberto Baquero Nariño, Silvia Aponte y Gustavo Benavidez, alias el Gurugús. El día que se iniciaba el evento en Yopal, pendientes de ser alojados, nos encontramos de manera casual con Humberto Humberto, un poeta delirante, descendiente de linaje de Santos Luzardo, la contraparte de Doña Bárbara, en la novela de Rómulo Gallegos quien nos dijo alisándose la barba de manera reflexiva que llevaba tres días pendiente de ser hospedado en algún sitio. Anécdota que daría origen al corrido llanero: “Malaespina y sardinero”, gabán para dos gabanes, de Baquero Nariño.

Al otro día, igual, coincidimos con el maestro Soto Aparicio, autor de “La Rebelión de las Ratas” quien buscaba angustiado su auditorio para una conferencia que nadie sabía donde se iba a dar, dirigida a quiénes ni a qué hora. Al final, no se supo si la charla programada pudo darse por sustracción de materia de la respetable audiencia, porque nadie halló el auditorio ni se supo a qué horas. Lo que supimos fue que el maestro regresó contrariado a Bogotá esa misma tarde en avión.

Unas horas más tarde en ese mismo día tuvo lugar el hecho más portentoso que reseña esta crónica. Sucedió en casa de maestro Ramón Cedeño, excepcional arpista, que había dispuesto un negocio de folclor y música llanera. Con miembros del Círculo de Historia de Casanare llenamos una vasta mesa junto a otras de particulares que departían. Se derramaban aires llaneros y aguardiente de manera generosa. La matrona que estaba al tanto del negocio se echaba al hombro cajas de cerveza, alzaba y sacudía a los borrachos y lo ponía fuera del negocio, y de pronto, cogía el micrófono y cantaba sus propios pasajes. En Casanare, cada quien canta sus propias letras en sus canciones llaneras.
Pues sucedió allí el grande encantamiento que nubló la clara razón de Alberto Baquero, rey del joropo amacizado, pues una dama sentada frente a nosotros, tornó su figura en la misma de Isabella Santodomingo, diva de la farandola nacional, y con una intensa mirada lo hizo dirigirse a ella y sacarla a bailar un joropo. Y vinieron risas y galanteos y el trabajo infructuoso de nosotros sus amigos por quitarle el velo de los ojos y mostrarle que más parecía una Altonsa Lorenzo que una real Dulcinea del Toboso.

Pero pudo más el poderoso brebaje de la habilidosa hechicera hasta que concluimos que solo hasta que terminara la reunión de esa noche se desharía el hechizo. Como a bien tuvo en suerte suceder. Solo hasta el otro día con el breve temblor del guayabo, bebiendo abundante agua para mitigar la sed y despejada la visión pudo Alberto reconocer el portentoso hechizo del que fue preso.

Hace poco visité de nuevo Casanare. Todo está casi igual. No deje de recordar esa famosa feria del libro en el que el pabellón de exposiciones, en el Colegio Braulio Gonzalez, había muestra de todo, menos de libros. Tal vez no los necesitaran porque Casanare mismo, por muchos lados, es pura literatura.


*Docente Unillanos

martes, marzo 09, 2010

¿Un Bicentenario para celebrar qué?

Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*

No es poca cosa lo que se juega en los ejercicios de la memoria. Uno es lo que recuerda ser. La entidad depende del registro. Veo y escucho el “Prom” confeccionado por el gobierno nacional, a través del Ministerio de Cultura, para promover el bicentenario de la independencia y observo que en pocas frases se pueden tejer varias falacias.

La primera es adjudicar la independencia de Nueva Granada a la inestabilidad política de España y al desgobierno en las colonias producto de invasión de Napoleón. Se supone que la crisis, hizo que se formaran juntas de gobierno en los virreinatos con el fin de establecer un orden que se iba a pique, las cuales, derivaron en juntas independentistas.

Se borra así, de un plumazo, los antecedentes de insurrección comunera de 1782 por motivos puramente locales, como la oprobiosa carga de impuestos, el ahogo comercial a pequeños y medianos comerciantes por garantizar el monopolio de la metrópoli, y el abuso del poder y estado de injusticia del gobierno español en América. Fue un levantamiento masivo de indígenas, campesinos y comerciantes: al menos, unos 22.ooo hombres cimbraron la tierra en el Mortiño, muy cerca a Bogotá y pusieron a temblar a las autoridades.

El pueblo, traicionado en último momento por el sector de los comerciantes, no asestó el golpe de gracia que le habría permitido consolidar una nación diferente. Fueron estos hechos los que generaron el ambiente derramando un estado de frustración que rebrotaría el 20 de julio de 1810, veintiocho años después.

Igual, ese día, se establecieron dos juntas de gobierno. Una, de señoritos y curas, proclive a la corona española que presidió el mismo virrey depuesto, Amar y Borbón, un vejete sordo; y otra, la de San Victorino, de estirpe popular.

Lucharon durante tres días por el poder, que en últimas definió Baraya, el hombre a cargo de la guardia del virrey, que adhirió a la primera y que fundó, sin erradicar el esclavismo, este país con la firma de un acta de cobardes, pues firmaban obligados entre ellos para comprometerse y no recular.

Después en la escuela me los enseñaron en textos, con cuellos almidonados y patillas, y con el nombre de “próceres”. Cuenta el poeta Carlos Pachón, autor del famoso libro de poemas llamado “Casa en Desuso”, record de ventas en librerías de país: “Llegue a creer que prócer era eso: cuello almidonado y patillas, hasta que un hermano mayor me enseñó a Elvis Presley y Sandro de América que se hicieron famosos por lo mismo: camisas de cuello alto, patillas y baile de caderas para exorcizar las vientres frenéticos de las muchachas”.

Lo que ha seguido hasta ahora es básicamente lo mismo, en mayores proporciones pero guardados los personajes con el mismo carácter: una clase política que navega en el delirio de la idiotez como Andrés Felipe Arias, Germán Vargas Lleras, y Juan Manuel Santos; curas que embrutecen y mantienen en el ensimismamiento al pueblo intonso; y clases de poder económico negociando con el gobierno en contra de un pueblo que padece desempleo, desplazamiento y pobreza.

20 millones de colombianos son pobres, 8 millones viven en la indigencia y 2.665.000 no consiguen empleo. (Gustavo Tobón, Portafolio). Además se calcula que en el país hay unos 3.8 millones de desplazados, gente que perdió la tierra.

Por el camino, perdimos hasta la historia y la memoria.


*Docente Unillanos


DUST IN THE WIND