viernes, septiembre 23, 2011

La Escritura Intocable

La Escritura, como tecnología de la palabra que se universalizó a raíz de la imprenta en el siglo XVI, pues ya desde antes había morado entre los hombres en forma de manuscritos fijados en la piedra, el cuero y o los papiros de circulación restringida, adquirió estatuto de legitimidad y dogma sagrado en la escuela. Proyectos ambos de la modernidad.

Su relación con el aula, no era exclusiva, pues el libro no se pensó para ser usado a la manera de “texto escolar” de manera unívoca, se estrechó a tal grado que se volvió indisoluble. No se puede pensar hoy día el aula sin el libro; y el libro, al menos para los sectores mayoritarios, es considerado en forma de texto un instrumento educativo imprescindible. Los estudiantes tuvieron así la noción de que el lenguaje escrito era superior a la palabra hablada; la gramática floreció e impuso su hegemonía; regularizó y procuró estandarizar las formas de habla y esgrimió el criterio de legitimidad en el uso de la lengua.

Perdía el libro y perdían los lectores. El libro fuera de la escuela, no tenía pretensión moral, era ambiguo, de lenguaje connotativo y pieza o moneda que circulaba libremente en la cultura. El lector leía y reconstruía sus propios significados. Esa riqueza de libro se estrechó en la escuela, se volvió resumen versus interpretación.

Y los escolares aprendieron, de esa forma de leer, quizás hasta hoy, el resumen, la reproducción literal en contra de la interpretación y la crítica del texto. La lectura que era, y quizás, a veces es, gozo y fuga por fuera de la escuela, dentro de ella es instrumental y empobrecedora. Por eso quizás la renuencia a leer, no por el objeto maravilloso que en sí es el libro, sino por uso amordazado e instrumental en la escuela.

La lectura y la escritura, tiene otro atributo y otro uso en la escuela: refuerza la autoridad del maestro. La imagen iconográfica es la del maestro con el libro debajo del brazo, como la del pastor o el cura con su biblia. Y quien no conoce la palabra, no conoce al nuevo Dios, el conocimiento, que otorga omnipotencia, omnisapiencia y omnipresencia.

El condenado es la oralidad, el no lector, el saber popular que circula en la lengua común. Haciendo caso de ello, del currículo desapareció la retórica o el arte de hablar bien. Otra forma de pensar, de crear y de sentir, basado en la analogía en contra del pensamiento lógico lineal que impone el texto escrito. Por supuesto, hubo ganancia y hubo pérdida. Se gana en la disciplina y el estudio, y la posibilidad de acumular saber; pero se perdió en humanidad, en sentimiento y espontaneidad.

*Docente Unillanos

viernes, septiembre 09, 2011

Truenos y centellas contra la lectura y la escritura


Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*

En relación al tema de la lectura y la escritura, de cuando en cuando registro que aparece algún “académico” cascarrabias que dispara truenos y centellas en contra de los estudiantes que no sabe leer ni escribir. Muy cómoda la posición. Achacar toda la culpa a uno de extremos en cuestión.

Lo peor es que se sobran de improperios mientras minimizan en argumentos. Me envían por correo, desde varios puntos, un texto insulso y machacón de profesor y editor José Alvear Sanín sobre toda la culpa y desdicha de los estudiantes, masa de nervios, sangre y huesos modelada por nuestras propias manos.

Refiere el libelo que los bachilleres son prácticamente analfabetas, son un alumnado ignaro, iletrado, sin curiosidad intelectual y deslizados de un grado educativo a otro por la “promoción automática”. Agrega incluso que cuando son egresados, acaban “fatalmente en la docencia”. ¡Bienvenido al ruedo, profesor Alvear!

Lo digo porque fui uno de los peores lectores y escritores en la escuela. Y terminé en la docencia. Tuve la fortuna, agrego, de aprender a leer, no por mis profesores, sino por la insinuación fresca y desprevenida del flaco Carrillo, un parcerito que tenía ideas locas, entre ellas, la de ser escritor. Tampoco había aprendido nada en la escuela. Lo hizo con la manada que se refugiaba en una esquina a aprender a fumar como adultos y a revisar revistas de Playboy.

No tienen la culpa los estudiantes si la oferta de lectura en la escuela, año tras años es la misma, insulsa y descolorida, porque los maestros no leen ni actualizan el corpus de obras.

Segundo, hace mucho tiempo desaparecieron las generaciones “cultas” centradas en el libro –cultoras de la pureza idiomática- para dar paso a la presencia de múltiples culturas en la escuela. Reconocimiento obvio de nuevas realidades, entrecruzamiento e hibridación cultural.

Tercero, reniega el profe Alvear de la formación posgradual de los docentes en muchas de esas instituciones que viven ya sólo del prestigio heredado de otras épocas porque desde su punto de vista, no sirve para nada. Cuando ni una sola de las universidades colombianas ha podido colarse en el ranking mundial de las mejores universidades, dominado por Estados Unidos y Europa.

Finalmente, si se cierran bibliotecas, librerías y editoriales y periódicos, es porque han renacido y fortalecido a través de otros medios, no porque se extingan.
Para finalizar: el problema de la lectura y escritura en la escuela debe dejar de ser un “problema” para convertirse en un tema y campo de estudio en las instituciones. Y el primero que debe pasar al banquillo, son los docentes, no los estudiantes, porque es sobre su cabeza y en su hombros donde debe recaer la responsabilidad.

*Docente Unillanos