miércoles, enero 23, 2013

Educar la vagina y malcriar el pene

Recién circuló en los medios la noticia –fincada en investigaciones de dudosa procedencia, rápida y con cierta intención comercial- que declaraba la revolución de la vagina. Proclamada por la estadounidense Naomi Wolf –no se sabe si es el nombre propio o de farándula- y muy asociada a la explosión de consumismo y al exacerbamiento de compra de accesorios, toallitas, tampones, protectores diarios,  jabones, champús, perfumes, cirugías reconstructivas y estéticas, tratamiento capilares, depilación parcial y total, etc., de la vagina contemporánea.

Publicada en el portal académico –así dice la noticia- e-International Relations, Wolf confesó  su preocupación por “algunos intereses culturales y políticos” –no especifica cuáles- relacionados con la sumisión de la mujer y su sexualidad. Como por ejemplo, vender libros light sobre el tema.

Ahora lo que se recomienda son escuelas de vagina. Considerados pero sin mencionar gastos de matrícula, mensualidad y materiales para vaginas no educadas o analfabetas. Son terapias físicas y mentales a las que se puede acceder sola o en pareja. Y prometen enseñar a disfrutar una intimidad sana, madura y “divertida”. Sigue en la noticia el pronunciamiento de una escuela de entrenamiento para parejas en Colombia que seguramente pagó los costes de franquicia que explica someramente las terapias.

Conclusión: a tradicionales sumisiones se suma ahora el de un consumismo estimulado por la publicidad y los medios que han convertido un lugar de intimidad, maternidad y goce de la humanidad, la vagina, en target comercial. Recomienda al final la adquisición de “ayudas extra” tales como masajeadores íntimos y vibradores de última tecnología. Vienen en diseños lindos y muy femeninos, anuncian.

Hace un tiempo corrió otra noticia que tenía que ver con el punto pero desde la orilla opuesta. El pronunciamiento de un grupo de científicos británicos, del King´s College de Londres. Sostenían, en pocas palabras, que el punto “G” no existía, negando estudios previos del ginecólogo alemán Ernst Grafemberg, quien lo definió como un conjunto de células específico, y no solo como un mito.

Cuando leí la noticia, me trajo a la memoria una novela de Editorial Planeta  del escritor argentino Federico Andahazi, llamada “El Anatonista”, en la cual recrea el descubrimiento subversivo del mapa humano por parte de Mateo Colón, un personaje de verdad, que en 1500 dio las primeras noticias del clítoris. Mateo Colón, igual, había descubierto la circulación sanguínea pulmonar y al parecer, su gran formación, lo había llevado a ser médico de cabecera de un Papa. Sin embargo, su registro histórico, muy seguramente, asediado por la censura y la moral de la época, fue condenado a un olvido secular.

Andahazi, en relación a este tema, platea de fondo algo más profundo que vuelvo a traer a colación: la percepción sobre la geografía y la representación del cuerpo humano –especialmente el de la mujer-, está mediada por el discurso hegemónico, ampliamente difundido y repetido en una cultura. Así los hechos, los lugares y los pequeños detalles de la anatomía humana, pueden ser vistos o negados por el discurso imperante. Llegando incluso más allá, a grados de horror, como la mutilación, en casos como la ablación en mujeres, que se estila en algunas culturas africanas.

En Colombia es el asunto en cambio está manga por hombro, pues lo que prevalece es un pene bárbaro, reincidente en violaciones y abusos. Según un estudio publicado: “Situación de los derechos de las mujeres en Colombia 2011”. Llevado a cabo por la Corporación Humanas, “el impacto del conflicto armado exacerba la violencia contra las mujeres”, recrea nuevas formas de violencia y discriminación en contra grupos étnicos minoritarios como indígenas y afro.

El conflicto armado, consigna, somete a las mujeres indígenas a prostitución forzada y violencia sexual”. No existe una política pública con enfoque diferencial de género para atender a la población desplazada, como tampoco una política para prevenir, investigar y sancionar la violencia sexual en contra de las mujeres en el marco del conflicto armado.

Por el lado urbano, las cosas tampoco van mejor. Describe el estudio, a partir de lo que reporta el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses, que “durante el 2009 se realizaron 21.288 informes periciales sexológicos, en los cuales las mujeres son las más afectadas con el 84.25% de los registros y el principal presunto agresor es algún miembro del círculo cercano a la persona valorada (principalmente y en su orden, padrastros, padre, pareja, tíos y primos).

Concluye el estudio: “la violencia sexual continúa siendo un fenómeno persistente que no muestra variaciones significativas en los últimos años”.
¿Cuál es entonces el discurso imperante en Colombia en relación al cuerpo de la mujer? ¿Cómo se propala su representación o imaginario, para ser el centro de violencia y abuso? ¿El difuminado por la iglesia? ¿O el de quienes desean restringir una educación sexual en las instituciones educativas porque le achacan culpa en los embarazos adolescentes sin consideración de la asociación a la pobreza, la falta de educación y oportunidades sociales? ¿El que nos venden las revistas light? ¿El que propalan los medios de comunicación que desean estimular una compra y venta de productos y accesorios relacionados? ¿Quiénes los deben redefinir, modificar y promover entre la población? ¿Qué función cumple la escuela y el discurso académico con respecto a ello? ¿Se deben exigir y reforzar?