Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*
La ciudad, la “pólis” como tal, es una concepción de
los griegos en el siglo V a.n.e. que sumaron a la dimensión espacial de
ocupación y agrupamiento el sentido político de convivencia. Habían existido
asentamientos humanos de carácter urbano 4.000 años atrás, en Mesopotamia: Ur de Caldea y
Babilonia, pero carecían la dimensión política fuerte, en el sentido de
garantizar a todos sus ciudadanos el espacio público y la garantía de
seguridad, esparcimiento y ejercicio de sus libertades públicas en un marco de
igualdad.
La “polis” de la antigüedad clásica se consolidó en el
renacimiento y en ella se sumó la idea de ciudad como espacio para crear y
comerciar.
Sin embargo, una alternativa de ciudad, o más bien,
una –no ciudad- se insinúa hoy con el
desencadenamiento y expansión del comercio a todas las esferas de la actividad
humana, la especulación financiera y la inversión del capital privado.
La plataforma que la impulsa es la ruptura del pacto
social entre sus integrantes. Es decir, el desequilibrio, la pobreza y la
inequidad de quienes concurren a ella. Ciudad
es un concepto que deviene de la palabra ciudadano, en el sentido de garantía de derechos y libertades.
Cuando vastos sectores carecen de ellos o tienen limitado el acceso a los
bienes de capital, la ciudad se desfigura y se convierte en un espacio de
tensión y agresión. Violencia diaria, cotidiana, que se expresa de una parte,
en el desempleo, la miseria, el abandono, la mendicidad y niñez abandonada,
etc. Tiene responsables, por supuesto. Y por otro lado, en respuesta cifrada,
se manifiesta en el atraco, el robo, el asalto, la violación, el fleteo, el
hurto, etc. En términos generales “la inseguridad”.
Ocasionalmente puede desencadenar en violencia
explosiva, como el famoso “Bogotazo”, activado por un suceso político. Pero
igual, puede surgir de la marcha de protesta, el partido de futbol o el
concierto. Expresan una tensión contenida y latente.
Y aquí entra la -no
ciudad- o lo que conocíamos como tal. Comienza con los ámbitos privados de
resguardo, tales como el conjunto residencial, el supermercado, el centro
comercial y las ciudadelas habitacionales. La casa, la vivienda que antes
conectaba de manera directa con la ciudad a través de calles y parques, es
sumada en bloque en conjuntos residenciales y resguardada en encerramiento.
Median las porterías donde personal particular de guardia dispone ingresos y
salidas con pesquisas y revisión. El poder del propietario de vivienda para
recibir o rechazar visitas es transferida al personal de vigilancia a cargo. Un
“no se encuentra” puede ser
suficiente para negar o advertir la presencia del residente.
El comercio que se llevaba a cabo en la plaza pública,
sitio de concurrencia en la ciudad de antes donde se conjugaba el escenario
político, comercial y de entretenimiento es remplazado poco a poco por la
oferta creciente de los supermercados y centros comerciales. De nuevo allí, la
seguridad, el ingreso y salida está a cargo de particulares. El cine, el
gimnasio, restaurantes, la boutique, tabernas, heladerías se trasladan allí así
como los modelos de parquesito para niños con piscinas de pelotas. Son la
alternativa del parque de las zonas recreativas de las antiguas ciudades.
Los nuevos espacios, que recrean de manera artificial
y muerta a la antigua ciudad que latía, cumplen a cabalidad uno de sus fines
principales: brindar confort, seguridad y esparcimiento mientras se consume, se
compra. Se disparan así los indicadores de consumo superfluo y felicidad de
hojalata.
Lo último en la tendencia son las ciudadelas
habitacionales que migran a terrenos sub urbanos. Allí, en las semillas de
ciudades privadas, las no-ciudades-serán reguladas por lo privado, y en ellas
habrá “gerentes alcaides” quienes regularán administración, el tráfico y la
seguridad. No habrá necesidad de “elegirlos”, simplemente “promoverlos” como se
hace en ámbitos empresariales. Y pagar cumplidamente la cuota de administración
a perpetuidad.
Una “no ciudad” engendra un “no ciudadano” que se
desplaza en vehículo particular desde su conjunto cerrado; va y viene para vivir,
comprar y divertirse en centro comercial. Ocasionalmente visitará a amistades
que habitan ya ciudadelas adyacentes.
Allí vivirán los que tienen acceso, ingreso y bienes en el nivel más alto.
Con el tiempo serán necesarias murallas y garitas de vigilancia. Mientras, la
otra ciudad que muere, herencia de los griegos y el renacimiento, agoniza en
inseguridad, hacinamiento, miseria, ollas, polución, ruido ensordecedor, tráfico
caótico, reguladas por administraciones de clientelas políticas corruptas que
no sabían del sueño de ciudad.
*Docente
Unillanos