viernes, agosto 27, 2010

Los pitingles


Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*
Agosto, que por tradición ha sido denominado el mes de las cometas o los pitingles me hace pensar en los niños y en una especie de indigencia en la que ha caído la infancia. Las pitingles, eran como mensajes multicolores de papel de seda y verada que se echaban a volar al cielo, y eran sobre todo manufactura hogareña que se construía con esfuerzo propio. Primero, y eso todo niño lo sabía, se espera agosto y las corrientes de aire cálido que convertían este mes en el tiempo de la aeronáutica infantil para desplegar diseño, colores y formas.

Era preciso emprender correrías a los caños, coger la verada, seleccionarla, cortarla con una milimetría precisa, preparar el engrudo, tensar la estructura en hilos y pegar con esmerado cuidado el papel de seda. Finalmente, se le ponían los “aires” y dotados de madejas de hilo calabré en medio de carreras y especulación de marinero respecto al aire, se echaban a volar al cielo.

Ver y sentir que la cometa se elevaba, cabeceaba y nos pedía hilo era una experiencia indescriptible. El cielo se llenaba de cometas y colores y en la otra parte del hilo había un niño orgulloso de su hacer que había superado toda la ingeniería infantil de construir su propio pitingle y de que éste efectivamente volara.

Recién he visto niños de la mano de su madre o padre hacer una transacción simple en un parque y comprar una cometa elaborada a la que el vendedor encima una madeja menguada de hilo que uno sabe, es insuficiente para que la cometa vuele. Los niños suelen abandonar muy pronto su cometa que termina en pocos días en algún escaparate como un pájaro sin vida.

Como este, existen múltiples ejemplos del empobrecimiento del entorno infantil. Según Rocío Gómez y Julián González, investigadores de la Universidad del Valle, la modernidad ha pasado su cuenta de cobro y ha empobrecido la infancia de múltiples formas: la televisión, los videojuegos, el internet, el crecimiento en hogares estrechos en conjuntos cerrados, y la pérdida de los oficios domésticos, ha condenado a nuestros niños a dinámicas de pasividad y ensimismamiento.

El hogar de antes era un centro de manufactura, convivencia e interacción entre sus miembros que estrechaba lazos, estimulaba la comunicación y generaba un auténtico clima hogareño: casi todo se hacía en casa, entre abuelos, padres e hijos: se cosía y zurcía la ropa, se molía el maíz y se hacían las arepas, se fabricaban los juguetes, se elaboraban conservas. Hoy, todo se pide a domicilio o se compra en el “Super” de la esquina y en el centro de la sala se entronizó la Tv.

En países desarrollados y rebosantes de tecnología, los niños han caído en extremos de convertirse en especies de “clochard”; sumidos en sus cuartos, pasan días sin bañarse, renunciando a ir a la escuela y postrados en el mutismo, mientras contemplan desapacibles la pantalla interactiva de un videojuego.

*Docente Unillanos

sábado, agosto 14, 2010

Los “a prioris”


Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*

Pocas veces encuentra uno autores que de vez en cuando proclamen algo nuevo bajo el sol. Dentro de ellos, de manera reciente, he hallado a Umberto Maturana. Con un parecido físico a Charly García pero sin porros en la cabeza, Maturana es de una lucidez feliz y desafiante. Se declara especialista en quitar anteojeras y su arte mayor es derrumbar paradigmas. Dice que hay que andar con cuidado con la gente asnal donde abundan los burros con anteojeras, que al ser limitados en su visión, lograr permanecer tranquilos al lado del barullo del tráfico que los puede encabritar.

Enfila, por ejemplo, contra el paradigma occidental que proclama la racionalidad del ser humano por encima de cualquier otra condición humana y que subvalora, a la vez, la dimensión emocional en el ser humano: “Decir que la razón caracteriza a los humano es una anteojera, y lo es porque nos deja ciegos frente a la emoción que queda desvalorizada como algo animal o como algo que niega lo racional”. Y remata: “todo sistema racional tiene un fundamento emocional”. Lo cual quiere decir que en el mayor de los casos, cuando defendemos sistemas de valores, ideologías, corpus de saber y otros sistemas racionales lo hacemos sobre el sedimento acuoso y oscuro de lo emocional. Los discursos, el aparato racional, funcionan para justificar o enmascarar el fundamento emocional.

Así, hace uno años, ser liberal o conservador, era un asunto de herencia afectiva, una tradición de familia que celebraba el pasado épico del abuelo o abuela que se había batido en la guerra de los mil días. Igual pasa con las ideologías religiosas, trasmitidas en premisas recibidas “a priori”, y sustentadas en la reiteración irreflexiva, en el marco del boato y el ritual, de profunda dimensión emotiva y emocional.

Es preciso, antes de estar dispuesto a oír, debatir o aceptar ideas de otros, que aceptemos al otro desde lo emocional, la simpatía, afinidad o afecto. Los estudiantes suelen cerrarse al saber del maestro que no quieren y abrirse ante al conocimiento prodigado por el maestro al que sienten afín. En casi todos los casos, la justificación de una decisión de compra está basada en la emocionalidad, hacia donde dispara toda su batería publicitaria el mundo del consumo.

Sostiene Maturana que cuando se desencadenan discusiones, si se comparten las premisas de un sistema racional, a los sumo podrían llamarse “desacuerdos”, como diferencias triviales entre copartidarios; pero cuando se trata de premisas fundamentales de sistemas racionales diferentes, el desacuerdo pasa a ser una amenaza, “ya que el otro le niega a uno los fundamentos de su pensar y la coherencia racional de su existencia”. Asegura Maturana: “Por eso existen disputas que jamás se van a resolver en el plano en que se plantean”.

Implicarían antes de un diálogo, construir y compartir un sistema racional fundado en la emocionalidad de aceptación del otro compartido por las partes en disputa para lograr acuerdos.

Frente al compás de diálogo abierto por el gobierno y propuesto por la guerrilla, podríamos concluir: si no se logra construir un sistema racional basado en premisas compartidas: como ser todos colombianos, refundar un Estado moderno, equilibrado y en paz, no habrá jamás ni diálogo ni acuerdo; y en cambio, sin duda, prosperará el nuevo frente nacional, que une con facilidad a la clase política dominante en torno a premisas como la corrupción, el clientelismo y la exclusión de hace cincuenta años.

*Docente Unillanos