jueves, diciembre 16, 2010

Villavicencio sin liderazgo

Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*

Recuerdo una columna que escribió Raúl León Fernández antes de morir sobre el sentimiento de patria chica que le nacía en el corazón al recorrer la plazuela de los libertadores, o parque central. Un sentimiento mezclado de altivez y cariño en cada paso, que lo engrandecía, un sentido telúrico que lo enraizaba en su terruño. Igual, tuve oportunidad de hablar muchas veces con Eduardo Rojas en espacios de academia sobre la necesidad de pensar y proyectar la ciudad que iba creciendo y se iba ensanchando.

Supe de sus esfuerzos y gestiones en torno al Plan de Ordenamiento Territorial de la ciudad, el cual disponía un sentido de orden y proyección para que la ciudad cristalizara en una urbe amable, humana, habitable para luchar contra el caos y el desorden que la amenazaba bajo la presión crecimiento urbanos inusitados, desplazamientos, migración intensa e intereses particulares . Su visión de proyectaba en vías amplias y suficientes, en equipamiento zonal, espacios verdes y de esparcimiento.

La manipulación de alcaldes, junto a minusvalía de concejales que apenas si tramitan en repartija con los alcaldes sus intereses personales, modificaron el POT para beneficiarse con el reparto de tierras que prometían una rápida valorización, suprimieron la proyección de vías y olvidaron cualquier equipamiento zonal, lo que ha dado en una ciudad caótica, encerrada, calurosa, estridente y esquizofrénica.

El centro comercial invadió barrios circunvecinos y con aquiescencia de la oficina de planeación municipal, arrasaron con el patrimonio inmueble de la ciudad, volviendo, por ejemplo, el Teatro Condor, un galpón que sirve para parquear autos. Apenas un tenor lírico llanero, como Hernán Quintero, -que no había nacido en Villavo- alzó su voz para tratar de impedirlo pero como dicen, una sola golondrina no hace verano. La bellaquería y el sin sentido de lo público de clase política tradicional del municipio, pudo más de lo que quiso su voz.

La vía de acceso de Bogotá después de los Fundadores, es una vía estrecha que recibe toda la descarga de una troncal nacional, minada de huecos, sembrada de reductores de velocidad que la hace eterna. Los barrios tienen sus vías deshechas, llenas de trincheras improvisadas con llantas, guacales, palos, para señalizar los huecos y se pongan a salvo los vehículos que deben transitar.

Obras como el Parque de los Fundadores y la Alameda o Parque Longitudinal, están abandonados, mientras las familias, sábados y domingos, intentan pasear sin caer en las trampas formadas por la madera carcomida y desecha que ninguna entidad remplaza. Nadie le puso mano a los potreros que quedaron del arrasamiento de las plazas de mercado San Isidro y 7 de Agosto. Bienes de particulares abandonados por litigios, se han convertido en cloacas oscuras donde medra la delincuencia. Como los vivos no pueden, habrá que revivir a los que partieron y supieron soñar una ciudad.

*Docente Unillanos

jueves, diciembre 09, 2010

Dice doña Salud

Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*
Como miembro de un especie de tour con pretensión humanitaria, del cual hacen parte una ex guerrillera, otra periodista holandesa, una más colombiana y la hermana de Tanja, Marloes Nijmeijer, dice por emisoras y altavoces doña Salud Hernández a las mujeres que hacen parte de la guerrilla: "¿A qué mujer le gustaría enviar a su hijo a la guerra?, ¿qué vida puede haber allá? Por eso está en sus manos cambiar ese futuro que está de este lado".

El primer pacto que hicieron las paseantes, fue no hacer de su campaña un “show” mediático, para que -¡No se crea!-, fueran los medios a tergiversar las cosas. Pero le pusieron nombre a la campaña: “Operación de mujer a mujer”, así, sin que tengan mucho que ver los hombres ahí y tal vez para abonar el matiz feminista que agrega puntos de justicia social, etc. Se hicieron la foto de rigor y doña Salud apareció al lado de sus compañeras con un aire de Meryl Streep en África Mía, Latinomérica Mía, Colombia Mía.

Su campaña desde “un lado”, es decir, un “este lado” donde haciendo uso de emisoras del Ejército, según ella, puede haber futuro, corre el riesgo de parecer inapropiada, superficial y mal fundada. En primer lugar, y quizás esto la excusa, la iniciativa no es de ella, sino la periodista holandesa Liduine Zumpolle. Mujer europea, algo tienen en común al fin. Sin embargo, emprender una campaña de estas “desde este lado” y no desde la neutralidad, puede llevar al resultado contrario de lo que se busca. Que las mujeres que hacen parte de la subversión, como si fuera una parte en ella de un ente articulado que se puede desmontar, no decidan hacerlo. Primero por lo infundado del odioso corte feminista del “mujer a mujer”, pues, lo que necesitamos es que hombres y mujeres dejen las armas.

Segundo, no sé si tenga en claro doña Salud, -seguramente menos la periodista holandesa- que para las mujeres pobres colombianas, la guerra (en cuerpo propio y en el de sus hijos, hermanos y compañeros) es una tragedia no escogida sino impuesta. Así que mal podrían ellas, que no escogieron entrar, puedan ahora salir. Así, como decide uno emprender un viaje, con algo de aventura y posibilidades de traer un souvenir que servirá de recordatorio del “voyage”.

Tercero, los elementos que configuran dejación de armas, no es el simple vencimiento o sometimiento de los otros, sino la eliminación de los factores sociales y económicos que determinan y originan la guerra. Una mujer pobre es víctima a través del reclutamiento que hace el Ejército, la guerrilla y el paramilarismo en sus hijos, hermanos y compañeros. Una mujer colombiana pobre, sin educación, sin salud ni empleo de los suyos le cuesta construir un futuro a “este lado” o en el “de allá” y resulta siendo víctima en ambos.

*Docente Unillanos

jueves, diciembre 02, 2010

Los míos

Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*

De cierto se podría decir, como quizás lo pensara Juan Rulfo, que los seres tenemos dos vidas: la de vivos y la de muertos. La primera es condición de nuestra propia existencia; la segunda, una resucitación fugaz pero reiterada a través de la memoria de otros. La una es existencia física, la otra, una entidad fantasmal, tejida de recuerdos, molida en eco y en discurrir de agua. Puede tomar forma en cualquier calle, en el reconocimiento fallido de un extraño que se aleja doblando una esquina mientras llovizna.

De nada vale correr porque a la vuelta de rostro del forastero, sufrimos la cruda revelación de lo "inexorable". Una palabra que me enseñó mi padre y que me dolió aprender, aún antes de que cualquier hecho la corroborara. Puede, igual, colarse en la entidad de un sueño que hace de lo real algo aún más crudo, intenso y verdadero, no solo en el sueño, sino aún cuando despertamos y los ojos, como ríos cristalinos, se nos desbordan.

Primero fue mi tío Alejandro, a quien no llegué amar porque andábamos ya en dos orillas que jamás permitirían acercarnos el uno al otro; pero aún lo veo respirar en apuros por su asma, mirándome detrás de unos lentes verdes con marcos de carey grueso. Tenía una forma de mirar dificultosa porque cualquier luz lo cegaba: “Hay que estudiar para que salgan adelante”, repetía.

Después se fue el abuelo Gerardo. No hubo llanto, apenas un silencio respetuoso.

Cecilia, Alberto, Hernando y Martha fueron los dedos de una mano arrebatados del corazón de la abuela Carmen Pérez que la dejaron herida de manera irremediable. Sabemos que tomó la decisión de irse porque el único dato, con voz agrietada, que daba a los médicos que la auscultaban era: ¡Es que me duele el alma!

Con Mayrita se estropeó como una pesadilla el jardín que florecía en el largo y dificultoso trasegar de la vida de mi familia más cercana.

En la Nochevieja, todos ellos, aunque no estén pululan en nuestras sienes, reviven sus voces y sus gestos en el recóndito silencio de cada uno de nosotros. De nuevo en intercambio caprichoso y arrebatado de saludos o despedidas en medio de explosiones y sirenas, vuelven y nos abrazan. De forma especial recuerdo el encuentro con mi padre que me dio muchas veces un abrazo que no lograba entender. Muchas veces lo atribuí a su estado de ebriedad, en medio de la dicha o el desconsuelo, porque era una muestra de afecto arrebatado, un fortísimo abrazo que casi me dejaba sin aliento.

Era simplemente el abrazo para fijar y luchar en contra de la semántica de una palabra que un día me tuvo que enseñar. Afuera estallaba un volador y, de la misma forma que era inesperado, se extinguían las luces sonoras de su explosión.

*Docente Unillanos