
Las entidades que están consagradas por la defensa de la vida y el derecho humanitario, aquí, donde su acción debería ser más enérgica, es discreta. Igual, no tenemos una iglesia activa en este sentido en la región, ni una academia con coraje para aportar reflexión sobre los procesos de violencia que vivimos. Se medra en las instituciones, volviendo la espalda al asunto, disfrazados de intelectuales bajo la capa de la palabrería seudointelectual postmoderna, pasando los días de resaca en resaca.
O cuando más, se enquistan en entidades culturales para saquearlas y quebrarlas.
La ausencia de las organizaciones civiles activas y defensoras de los derechos humanos, agudizan el conflicto pues dejan a los bandos enfrentados, perpetuarse en la dinámica de la guerra y generalizarla, sin cortapisas y avisos de contención. Los medios de comunicación, prendidos de la alharaca diaria y la carrera detrás de la pauta, se han silenciado en el barullo del chisme político, los refritos y la producción periodística detrás de la pantalla de internet.
Si los mismos bandos, expresan de una u otra manera la necesidad de paz, no debería ser el arbitraje del conflicto su punto de mira. A no ser que de manera soterrada, se desee escalar y profundizar el conflicto.
Hace unos dieciocho años conocí a Josué Giraldo Cardona, fundador de una organización en defensa de los derechos humanos en la región. Aunque persistieron en vincularlo con grupos armados, nunca lograron demostrarlo sus contradictores y su acción estuvo enfocada a la defensa de la vida. Recibió el respaldo de organismo internacionales respetables pero el gobierno de turno fue incapaz de garantizarle la protección de su integridad.
Deploraba el ejercicio de la guerra y la violencia, desde cualquier bando. Alguna vez escribió: “Nadie puede defender la vida sin amar y nadie puede amar sin realmente defender la vida”.