miércoles, septiembre 15, 2010

Sin tiempo para pensar (1)


Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*

Hace años leía que para hablar de países y su nivel económico, ya no eran válidas las categorías de “desarrollados” y “subdesarrollados”; ni de la polarización “norte” y “sur”; se hablaba de países con economías “lentas” y países con economías “rápidas”. Nosotros, los países subdesarrollados, los del sur, somos los lentos. No tenemos visión estratégica de anticipación, permanecemos sumidos en periodos letárgicos para la reconversión y respondemos como babosas que se arrastran frente a los cambios acelerados del contexto.

La producción a gran escala, sofisticada y robotizada de los países desarrollados, ha traído consigo un nuevo paradigma de vida: la producción y el consumo acelerado de bienes y servicios. Hasta la línea de montaje que potenció la era industrial, parece una pieza de arqueología. No hay diseño ni producción de bienes con objeto de perdurabilidad sino con intención de desecho. Producto de ello nos hemos llenado de basura. Igual, el cuerpo humano ha sufrido, y en los países ricos las tasas de morbilidad y muerte están asociadas al consumo excesivo. Sin una cultura para resistir la sobreoferta, la sociedad estadounidense, se ha vuelto obesa, obsesiva y esquizoide. Su contrapartida son los atletas que se inyectan de manera regular esteroides para maximizar su rendimiento y el consumo de coca de los ejecutivos para resistir las jornadas extenuantes de Wall Street.

Cuando la barbarie occidental infestó el continente americano los nativos fueron calificados de ociosos. Pueblos que con el tenor de los tiempos había logrado sintonizarse con los astros y el latido de la tierra, que habían logrado los máximos de sabiduría para convivir en armonía con la naturaleza, fueron tildados como hombres hechos para la molicie y la pérdida de tiempo, poco industriosos y que vivían mal. A los nativos mexicanos, todavía los siguen representando como hombres dormidos debajo de sus grandes sombreros.

El europeo traía un tábano en el trasero que lo impulsaba a no quedarse quieto, a explotar todos los recursos de manera intensa hasta deforestar y agotar las minas; no le importaba moler en ella la vida miles de indígenas o de negros traídos como racimos desde el Congo. Una inhumanidad se agazapa en la aceleración de los tiempos. Viendo los mamos koguis de la Serranía de Santa Marta mascar su coca con parsimonia filosófica entiendo su género de vida, frugal y sosegado, y por qué, al resto del mundo, nos consideran “hermanitos menores”, gente alocada.

Las novelas que se escribían en el medioevo eran densas y de gran número de páginas porque la gente disponía de dilatados tiempos para disfrutar la lectura. Hacer el amor tenía también su resiliencia. Era un juego de tiempo con preámbulos de grandes cenas y copioso consumo de vino. Hoy, cuando se lee en soporte digital y físico se dispone de poco tiempo; un artículo no debe superar la cuartilla. Se calcula que una persona promedio atiende una sobreoferta de diarios y revistas y no dispone de más de 15 minutos para leer e informarse. Igual, el hombre se ha vuelto un eyaculador precoz que ya fue y volvió mientras ellas apenas vienen. ¡Es que no hay tiempo!, nos defendemos hablándole a la psicóloga, que mira el reloj de vez en cuando.

*Docente Unillanos

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