Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*
Creo que la literatura colombiana actual se está abriendo a codo limpio pero va perdiendo la pelea en contra de una narrativa coyuntural pero de mayor demanda comercial: la de post secuestro. Si no se tiene el aval de un gran premio internacional y su consecutiva prensa y difusión, se está ad portas de sucumbir ante una literatura de catarsis, de chisme de lavanderas y destape de sábanas. Haciendo un parangón, vienen a ser como los realitys televisivos. La cotidianidad de violencia y hondura del conflicto colombiano, pasa a primer plano en una envoltura de superficialidad y carencia.
La industria editorial y la piratería de libros callejeros en Colombia le deben más a las Farc que al talento personal y los ejercicios de talleres literarios del país. Si hace uno años el único saldo trágico de un secuestro era la flagrancia y el reconocimiento de un delito de lesa humanidad, hoy pasa a ser simple secuela y apostillas de una sala de belleza.
La revista Semana, en su momento reseñó el libro de Clara Rojas, “Cautiva” en estos términos: “Destila gotas de resentimiento con sus compañeros de cautiverio”.
Igual, la publicación que hicieron los tres gringos: Marc Gonzalves, Thomas Howes y Keith Stansell, “Fuera de cautiverio”, para sacarse en clavo de Ingrid Betancur que los vilipendió y trató con desprecio, encendió una riña de pareja que los tiene paseándose por tribunales y medios con su ex, Juan Carlo Lecompte, donde se acusan mutuamente de infidelidad y consumo de drogas. Recurso natural al que debieron recurrir para mitigar el dolor constante de un secuestro: la una, hacer el amor furtivamente, y el otro, consumir droga.
Lucy Artunduaga, la matrona y señora esposa de Jorge Eduardo Géchem Turbay, publicó un libro después de que este tomó la decisión de separarse de ella y lo tituló de manera perfumada y rosa: “Los amores que el secuestro mata”. Incurrió en un pecado, por lo que creo que vendió muy poco: era oportunista y vengativo, pues ella no estuvo directamente secuestrada y su maquinaria creativa estuvo estimulada al parecer sobre todo por la tusa o el despecho.
Yo no creo que el secuestro o la cárcel, no sea una situación aunque precaria y traumática, auspiciadora para escribir libros. “El Quijote”, por ejemplo, pudo ser fruto en parte un canazo de Cervantes. Pero es que su autor llevaba adelantado el cuaderno de la creación literaria que combinaba, a la usanza de los tiempos, con el ejercicio bélico. Y escribió sobre otro asunto, no el de su cautiverio.
Pero que nos esperen más libros de un delito atroz y que la editoriales, la prensa y conspicuos críticos y reseñistas auspicien este tipo de narrativa deja mucho que desear. Además de que la cosa suena destemplada, como el policía quimérico que interpreta canciones de su secuestro sin concierto ni nota, que lo que produce es risa y nostálgica solidaridad.
*Docente Unillanos
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