Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*
Contrario a lo que se cree, no son los jóvenes quienes pervierten el lenguaje, sino los políticos. Primero, en el caso de impúberes transgresores, lo que los impulsa es una especie de pacto entre el grupo -llámese “Parche”-, o la necesidad creativa de la expresión, el juego, el guiño verbal que integra a la manada. No hay una predeterminación, digamos, para cometer un ilícito. No así en los políticos donde el asunto es fríamente calculado, así hablen más elegante.
Aclaremos primero que el ejercicio de la política es el poder y no la moral, aun cuando los políticos suelan venderse a sí mismos, como encarnaciones de la renovación moral. El discurso moral es propio de los predicadores y de los maestros, que a veces tienen, el uno, algo del otro; o viceversa, como diría la reina. Es así que suelen ocupar escenarios parecidos, pero con objetivos distintos así se promuevan con el mismo discurso.
El problema radica en la audiencia, que no lo discierne, y termina apoyando a los políticos que se venden con un discurso moral para lograr objetivos concretos de poder. Y ahí rigen otras reglas. La primera, “el todo vale”. Como hacer falsas promesas –no hacer corresponder lo dicho con lo hecho-, mentir, simular, engañar, sabotear, ocultar, sesgar, calumniar, difamar, etc. Y entiéndase de ahí para adelante, “lo que sea y todo vale”. Sean colombianos, venezolanos o ecuatorianos para no echarnos pajarilla.
El discurso político es pretencioso porque quiere aparentar lo que no es. El efecto de ello suele ser la vaguedad. Se dicen cosas importantes pero vacías de realidad. O también, es recurrente en el uso de metáforas desgastadas: esas expresiones que en algún momento fueron creativas pero que a punta de uso se volvieron pálidas: “férrea determinación”, “pisotear los derechos”, “al orden del día”, “exhaustiva investigación” y otros por el estilo.
En algunos casos, se buscan palabras con una carga de juicio que quiere aparentar información: hace unos años, de manera perversa, para deslegitimar a sus contradictores un embajador estaudinense en Colombia acuñó un termino: “narcoguerrilla”. La palabra, en lugar de ayudar a describir una realidad social y política que se pudiera estar dando en la insurgencia, simplificó el fenómeno de connivencia entre guerrilla y narcotráfico en zonas de conflicto con baja presencia del Estado, y en lugar de aclarar, confundió. No se pudo comprobar de manera contundente que la guerrilla fuera narcotraficante, ni que los narcotraficantes se hubieran vuelto guerrilla.
El término de “terrorista”, hace unos años, era una palabra para calificar al sujeto que ejercía una violencia indiscriminada y suicida sobre víctimas inocentes. Hoy en día, integró a su valor semántico, un espectro de sentido que se extiende a la subversión, la guerrilla, el narcotráfico, la oposición, y en general, todo lo que contradiga la doctrina oficial.
En la cumbre de Bariloche, el término circuló de a un lado otro, involucrando relaciones internacionales. Parece un remplazo del término “comunista” de hace unos años y es usada ahora de parapeto para justificar políticas de seguridad nacionales, en nuestro caso; o internacionales, en el caso de Estados Unidos.
*Docente Unillanos
CopyringhiEdiciones El Arquero
CESO Centro de Estudios Sociales de la Orinoquia.
Otto Gerardo Salazar Pérez, 2008.
Todos los derechos reservados. Se prohíbe la publicación y distribución completa o parcial en cualquier medio de comunicación sin autorización expresa del autor.
Vea mas completo en: http://laparresia.blogspot.com/
Contrario a lo que se cree, no son los jóvenes quienes pervierten el lenguaje, sino los políticos. Primero, en el caso de impúberes transgresores, lo que los impulsa es una especie de pacto entre el grupo -llámese “Parche”-, o la necesidad creativa de la expresión, el juego, el guiño verbal que integra a la manada. No hay una predeterminación, digamos, para cometer un ilícito. No así en los políticos donde el asunto es fríamente calculado, así hablen más elegante.
Aclaremos primero que el ejercicio de la política es el poder y no la moral, aun cuando los políticos suelan venderse a sí mismos, como encarnaciones de la renovación moral. El discurso moral es propio de los predicadores y de los maestros, que a veces tienen, el uno, algo del otro; o viceversa, como diría la reina. Es así que suelen ocupar escenarios parecidos, pero con objetivos distintos así se promuevan con el mismo discurso.
El problema radica en la audiencia, que no lo discierne, y termina apoyando a los políticos que se venden con un discurso moral para lograr objetivos concretos de poder. Y ahí rigen otras reglas. La primera, “el todo vale”. Como hacer falsas promesas –no hacer corresponder lo dicho con lo hecho-, mentir, simular, engañar, sabotear, ocultar, sesgar, calumniar, difamar, etc. Y entiéndase de ahí para adelante, “lo que sea y todo vale”. Sean colombianos, venezolanos o ecuatorianos para no echarnos pajarilla.
El discurso político es pretencioso porque quiere aparentar lo que no es. El efecto de ello suele ser la vaguedad. Se dicen cosas importantes pero vacías de realidad. O también, es recurrente en el uso de metáforas desgastadas: esas expresiones que en algún momento fueron creativas pero que a punta de uso se volvieron pálidas: “férrea determinación”, “pisotear los derechos”, “al orden del día”, “exhaustiva investigación” y otros por el estilo.
En algunos casos, se buscan palabras con una carga de juicio que quiere aparentar información: hace unos años, de manera perversa, para deslegitimar a sus contradictores un embajador estaudinense en Colombia acuñó un termino: “narcoguerrilla”. La palabra, en lugar de ayudar a describir una realidad social y política que se pudiera estar dando en la insurgencia, simplificó el fenómeno de connivencia entre guerrilla y narcotráfico en zonas de conflicto con baja presencia del Estado, y en lugar de aclarar, confundió. No se pudo comprobar de manera contundente que la guerrilla fuera narcotraficante, ni que los narcotraficantes se hubieran vuelto guerrilla.
El término de “terrorista”, hace unos años, era una palabra para calificar al sujeto que ejercía una violencia indiscriminada y suicida sobre víctimas inocentes. Hoy en día, integró a su valor semántico, un espectro de sentido que se extiende a la subversión, la guerrilla, el narcotráfico, la oposición, y en general, todo lo que contradiga la doctrina oficial.
En la cumbre de Bariloche, el término circuló de a un lado otro, involucrando relaciones internacionales. Parece un remplazo del término “comunista” de hace unos años y es usada ahora de parapeto para justificar políticas de seguridad nacionales, en nuestro caso; o internacionales, en el caso de Estados Unidos.
*Docente Unillanos
CopyringhiEdiciones El Arquero
CESO Centro de Estudios Sociales de la Orinoquia.
Otto Gerardo Salazar Pérez, 2008.
Todos los derechos reservados. Se prohíbe la publicación y distribución completa o parcial en cualquier medio de comunicación sin autorización expresa del autor.
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1 comentario:
Es un verdadero placer leerte!
un saludo
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