Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*
Recién hablaba sobre la triada de poder de Alvin Toffler: fuerza, dinero y saber -nueva y sagrada trinidad a la que veneramos en Occidente-, cuando alguien, de manera aguda e inteligente, me preguntó dónde quedaba el amor en todo ese esquema. Fue como si me derrumbaran las fichas del dominó de manera intempestiva. No pude sino naufragar en el mutismo. Sinceramente, no lo había pensado, ni tenía un cubil especial para lidiar con el concepto. Quedé con la sensación grogui de un boxeador cogido por su rival con un golpe artero que lo azota en la lona y recibe la cuenta de protección del juez.
Por los azares que conspiran a favor de los lectores entre temas y libros, unas semanas después me encontré con un libro de Humberto Maturana, Emociones y Lenguaje en Educación y Política, que abordaba el tema del amor de manera explícita. Sin embargo, Maturana me iba dar una tunda más. Concebido y amamantado en el dogma del Homo Sapiens que nos predica desde la escuela que lo esencial del ser humano es el pensar, lo cual, lógicamente nos define como especie, Maturana voltea las cosas y dice de manera consistente que no señor, que el amor es la emoción fundamental en la historia del linaje homínido.
Agrega tres cosas más que lo hace fundamental para la especie que somos: permite la existencia colectiva –donde no hay amor no hay cohesión-, es el dínamo que nos mueve y suele ser el centro de la cebolla que hay detrás de todos las racionalizaciones que esgrimimos para justificar nuestras acciones. Respecto al primer aspecto subraya Maturana, el amor es cuando alguien nos permite ser sin exigencias, lo cual facilita convivir mediante la aceptación del otro. Igual, encuentra que no es la razón lo que nos lleva a la acción sino la emoción. Por lo cual concluye: Todos los sistemas racionales se fundan en premisas fundamentales aceptadas a priori. ¡Todos! Es decir que por encima de las discrepancias lógicas e ideológicas lo que se halla es el amor o el desafecto.
Las conclusiones de una situación semejante no son poca cosa. Primero, hace que como seres humanos, nos desarrollemos y actuemos en un ámbito de contradicción. Se nos ha educado de manera espartana en la prevalencia de la razón y, de forma aparejada, se han proscrito la manifestación de los sentimientos y las emociones como inapropiadas, a no ser para espacios de confinamiento. Manifestar emociones en público suele ser un indicador de desequilibrio.
Para hablar de inequidad de género pero en viceversa, los niños varones son los que llevan la peor parte; por lo cual, de adultos, solo pueden aguar el lagrimal borrachos o en el cine, recogidos en la oscuridad de una gran sala que solo pone de presente de manera protuberante la soledad y el destierro del campo de las emociones. Es por ello que a veces, de manera inapropiada, manifiestan de la manera más brutal y violenta afectos incontrolados que se desatan en maltrato, homicidios y crimen pasional. Es decir, se opta por manifestar de manera ampulosa y rotunda el odio, lo contrario a lo que se deseaba y no se podía sentir. Con toda la carga de secuelas que suele traer en lo personal y lo social. ¿Producto de una mala educación sentimental?
*Docente Unillanos
Recién hablaba sobre la triada de poder de Alvin Toffler: fuerza, dinero y saber -nueva y sagrada trinidad a la que veneramos en Occidente-, cuando alguien, de manera aguda e inteligente, me preguntó dónde quedaba el amor en todo ese esquema. Fue como si me derrumbaran las fichas del dominó de manera intempestiva. No pude sino naufragar en el mutismo. Sinceramente, no lo había pensado, ni tenía un cubil especial para lidiar con el concepto. Quedé con la sensación grogui de un boxeador cogido por su rival con un golpe artero que lo azota en la lona y recibe la cuenta de protección del juez.
Por los azares que conspiran a favor de los lectores entre temas y libros, unas semanas después me encontré con un libro de Humberto Maturana, Emociones y Lenguaje en Educación y Política, que abordaba el tema del amor de manera explícita. Sin embargo, Maturana me iba dar una tunda más. Concebido y amamantado en el dogma del Homo Sapiens que nos predica desde la escuela que lo esencial del ser humano es el pensar, lo cual, lógicamente nos define como especie, Maturana voltea las cosas y dice de manera consistente que no señor, que el amor es la emoción fundamental en la historia del linaje homínido.
Agrega tres cosas más que lo hace fundamental para la especie que somos: permite la existencia colectiva –donde no hay amor no hay cohesión-, es el dínamo que nos mueve y suele ser el centro de la cebolla que hay detrás de todos las racionalizaciones que esgrimimos para justificar nuestras acciones. Respecto al primer aspecto subraya Maturana, el amor es cuando alguien nos permite ser sin exigencias, lo cual facilita convivir mediante la aceptación del otro. Igual, encuentra que no es la razón lo que nos lleva a la acción sino la emoción. Por lo cual concluye: Todos los sistemas racionales se fundan en premisas fundamentales aceptadas a priori. ¡Todos! Es decir que por encima de las discrepancias lógicas e ideológicas lo que se halla es el amor o el desafecto.
Las conclusiones de una situación semejante no son poca cosa. Primero, hace que como seres humanos, nos desarrollemos y actuemos en un ámbito de contradicción. Se nos ha educado de manera espartana en la prevalencia de la razón y, de forma aparejada, se han proscrito la manifestación de los sentimientos y las emociones como inapropiadas, a no ser para espacios de confinamiento. Manifestar emociones en público suele ser un indicador de desequilibrio.
Para hablar de inequidad de género pero en viceversa, los niños varones son los que llevan la peor parte; por lo cual, de adultos, solo pueden aguar el lagrimal borrachos o en el cine, recogidos en la oscuridad de una gran sala que solo pone de presente de manera protuberante la soledad y el destierro del campo de las emociones. Es por ello que a veces, de manera inapropiada, manifiestan de la manera más brutal y violenta afectos incontrolados que se desatan en maltrato, homicidios y crimen pasional. Es decir, se opta por manifestar de manera ampulosa y rotunda el odio, lo contrario a lo que se deseaba y no se podía sentir. Con toda la carga de secuelas que suele traer en lo personal y lo social. ¿Producto de una mala educación sentimental?
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