Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*
No es poca cosa lo que se juega en los ejercicios de la memoria. Uno es lo que recuerda ser. La entidad depende del registro. Veo y escucho el “Prom” confeccionado por el gobierno nacional, a través del Ministerio de Cultura, para promover el bicentenario de la independencia y observo que en pocas frases se pueden tejer varias falacias.
La primera es adjudicar la independencia de Nueva Granada a la inestabilidad política de España y al desgobierno en las colonias producto de invasión de Napoleón. Se supone que la crisis, hizo que se formaran juntas de gobierno en los virreinatos con el fin de establecer un orden que se iba a pique, las cuales, derivaron en juntas independentistas.
Se borra así, de un plumazo, los antecedentes de insurrección comunera de 1782 por motivos puramente locales, como la oprobiosa carga de impuestos, el ahogo comercial a pequeños y medianos comerciantes por garantizar el monopolio de la metrópoli, y el abuso del poder y estado de injusticia del gobierno español en América. Fue un levantamiento masivo de indígenas, campesinos y comerciantes: al menos, unos 22.ooo hombres cimbraron la tierra en el Mortiño, muy cerca a Bogotá y pusieron a temblar a las autoridades.
El pueblo, traicionado en último momento por el sector de los comerciantes, no asestó el golpe de gracia que le habría permitido consolidar una nación diferente. Fueron estos hechos los que generaron el ambiente derramando un estado de frustración que rebrotaría el 20 de julio de 1810, veintiocho años después.
Igual, ese día, se establecieron dos juntas de gobierno. Una, de señoritos y curas, proclive a la corona española que presidió el mismo virrey depuesto, Amar y Borbón, un vejete sordo; y otra, la de San Victorino, de estirpe popular.
Lucharon durante tres días por el poder, que en últimas definió Baraya, el hombre a cargo de la guardia del virrey, que adhirió a la primera y que fundó, sin erradicar el esclavismo, este país con la firma de un acta de cobardes, pues firmaban obligados entre ellos para comprometerse y no recular.
Después en la escuela me los enseñaron en textos, con cuellos almidonados y patillas, y con el nombre de “próceres”. Cuenta el poeta Carlos Pachón, autor del famoso libro de poemas llamado “Casa en Desuso”, record de ventas en librerías de país: “Llegue a creer que prócer era eso: cuello almidonado y patillas, hasta que un hermano mayor me enseñó a Elvis Presley y Sandro de América que se hicieron famosos por lo mismo: camisas de cuello alto, patillas y baile de caderas para exorcizar las vientres frenéticos de las muchachas”.
Lo que ha seguido hasta ahora es básicamente lo mismo, en mayores proporciones pero guardados los personajes con el mismo carácter: una clase política que navega en el delirio de la idiotez como Andrés Felipe Arias, Germán Vargas Lleras, y Juan Manuel Santos; curas que embrutecen y mantienen en el ensimismamiento al pueblo intonso; y clases de poder económico negociando con el gobierno en contra de un pueblo que padece desempleo, desplazamiento y pobreza.
20 millones de colombianos son pobres, 8 millones viven en la indigencia y 2.665.000 no consiguen empleo. (Gustavo Tobón, Portafolio). Además se calcula que en el país hay unos 3.8 millones de desplazados, gente que perdió la tierra.
Por el camino, perdimos hasta la historia y la memoria.
*Docente Unillanos
DUST IN THE WIND
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