Pedro Antonio Barajas Delgadillo, era subteniente de la Dijin en Bogotá. O sea, era un policía, alguien que velaba porque la ley se cumpliera. El pasado martes en la noche, conduciendo en estado de embriaguez, atropelló a un taxista y salió huyendo, a sabiendas de lo que el hecho le acarrearía. Unas semanas atrás, la teniente coronel de la Policía, Luz Eugenia Molta Garcés, había sido rescatada por los taxistas en idénticas y lamentables condiciones. Ebria, había chocado su auto contra un separador de la Boyacá.
El General Naranjo apareció en los medios, prácticamente pidiéndole la renuncia a la mujer cuando apenas se reponía del guayabo. De la coronel.
El pasaje se debió llegar a la cabeza al subteniente Barajas, así que buscó escabullirse y refugiarse en su apartamento. Estaba en juego su carrera, la subsistencia económica de su familia y la dignidad de su profesión ante los ojos de la sociedad. El objetivo de huir resultó prácticamente imposible, pues, una jauría de taxistas, razonablemente disgustados, corría para pillarlo y detenerlo. Lo pescaron intentando ingresar a bloque de apartamentos donde vivía, y si no llega la “policía” lo linchan. Condujeron al subteniente al interior de una patrulla y allí sucedió lo que nadie se imaginaba. Con su arma de dotación se pegó un tiro.
Así, el subteniente Barajas, resultó siendo un victimario y una víctima, mientras Roy Barreras, y alguna otra representante a la Cámara, pretenden endurecer la Ley contra conductores ebrios, sin decir ni chistar nada en contra del aparataje mega estructural en Colombia que propicia y estimula el consumo de licor.
La fábricas licoreras departamentales –del gobierno-, la empresas cerveceras del país que en cada partido de fútbol de la selección Colombia nos embute por los ojos litros de “Águila”. Todas las ferias y fiestas de pueblo que subsidia el mismo gobierno cuyo centro de referencia es la fuerte libación de licor, las fiestas patrias, familiares y de amigos, estimulados a diario por radio, prensa y televisión para que bebamos con soñadas chicas, perfeccionadas a punta de “embellecedor”.
La policía misma sabe que el consumo de licor está asociado a toda clase de delitos y violencia en el país y que lo de los conductores ebrios es la de menos; la doméstica, lo callejera, en el campo, la urbana, en los sectores juveniles, etc.
Es problema es estructural y de cultura. Dos cosas que no se han querido ver y se ha querido tapar con una “layesita” que genera réditos políticos a algún senador con viudez de poder o una representante oportunista que quiere ganar bendiciones de los sectores moralistas del país.
Respetables padres, madres, tías, amigos, amigas, cuñados, sobrinos, consortes, novias, amantes y al fin, todos nosotros, que nos corremos nuestros guarilaques y nos guasquiamos; y lo aprendimos -¡Chúpese uno pa´que sea macho!- porque lo vimos desde niños en nuestras fiestas de familia, en las plazas de nuestros pueblos, en la tienda del vecino, incluidos los que iban a ser policías, tenderos, relojeros, coroneles, ventrílocuos o intelectuales postmodernos. ¡Gua!!!
¡Algo está pasando con la ley que a los mismos policías les resulta imposible cumplir!
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