La Escritura, como tecnología de la palabra que se universalizó a raíz de la imprenta en el siglo XVI, pues ya desde antes había morado entre los hombres en forma de manuscritos fijados en la piedra, el cuero y o los papiros de circulación restringida, adquirió estatuto de legitimidad y dogma sagrado en la escuela. Proyectos ambos de la modernidad.
Su relación con el aula, no era exclusiva, pues el libro no se pensó para ser usado a la manera de “texto escolar” de manera unívoca, se estrechó a tal grado que se volvió indisoluble. No se puede pensar hoy día el aula sin el libro; y el libro, al menos para los sectores mayoritarios, es considerado en forma de texto un instrumento educativo imprescindible. Los estudiantes tuvieron así la noción de que el lenguaje escrito era superior a la palabra hablada; la gramática floreció e impuso su hegemonía; regularizó y procuró estandarizar las formas de habla y esgrimió el criterio de legitimidad en el uso de la lengua.
Perdía el libro y perdían los lectores. El libro fuera de la escuela, no tenía pretensión moral, era ambiguo, de lenguaje connotativo y pieza o moneda que circulaba libremente en la cultura. El lector leía y reconstruía sus propios significados. Esa riqueza de libro se estrechó en la escuela, se volvió resumen versus interpretación.
Y los escolares aprendieron, de esa forma de leer, quizás hasta hoy, el resumen, la reproducción literal en contra de la interpretación y la crítica del texto. La lectura que era, y quizás, a veces es, gozo y fuga por fuera de la escuela, dentro de ella es instrumental y empobrecedora. Por eso quizás la renuencia a leer, no por el objeto maravilloso que en sí es el libro, sino por uso amordazado e instrumental en la escuela.
La lectura y la escritura, tiene otro atributo y otro uso en la escuela: refuerza la autoridad del maestro. La imagen iconográfica es la del maestro con el libro debajo del brazo, como la del pastor o el cura con su biblia. Y quien no conoce la palabra, no conoce al nuevo Dios, el conocimiento, que otorga omnipotencia, omnisapiencia y omnipresencia.
El condenado es la oralidad, el no lector, el saber popular que circula en la lengua común. Haciendo caso de ello, del currículo desapareció la retórica o el arte de hablar bien. Otra forma de pensar, de crear y de sentir, basado en la analogía en contra del pensamiento lógico lineal que impone el texto escrito. Por supuesto, hubo ganancia y hubo pérdida. Se gana en la disciplina y el estudio, y la posibilidad de acumular saber; pero se perdió en humanidad, en sentimiento y espontaneidad.
*Docente Unillanos
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