Publicada en el portal académico –así dice la noticia-
e-International Relations, Wolf confesó
su preocupación por “algunos intereses culturales y políticos” –no
especifica cuáles- relacionados con la sumisión de la mujer y su sexualidad. Como
por ejemplo, vender libros light sobre el tema.
Ahora lo que se recomienda son escuelas de vagina.
Considerados pero sin mencionar gastos de matrícula, mensualidad y materiales
para vaginas no educadas o analfabetas. Son terapias físicas y mentales a las
que se puede acceder sola o en pareja. Y prometen enseñar a disfrutar una
intimidad sana, madura y “divertida”.
Sigue en la noticia el pronunciamiento de una escuela de entrenamiento para
parejas en Colombia que seguramente pagó los costes de franquicia que explica
someramente las terapias.
Conclusión: a tradicionales sumisiones se suma ahora
el de un consumismo estimulado por la publicidad y los medios que han
convertido un lugar de intimidad, maternidad y goce de la humanidad, la vagina,
en target comercial. Recomienda al final la adquisición de “ayudas extra” tales
como masajeadores íntimos y vibradores de última tecnología. Vienen en diseños
lindos y muy femeninos, anuncian.
Hace un tiempo corrió otra noticia que tenía que ver
con el punto pero desde la orilla opuesta. El pronunciamiento de un grupo de
científicos británicos, del King´s College de Londres. Sostenían, en pocas
palabras, que el punto “G” no existía, negando estudios previos del ginecólogo
alemán Ernst Grafemberg, quien lo definió como un conjunto de células
específico, y no solo como un mito.
Cuando leí la noticia, me trajo a la
memoria una novela de Editorial Planeta del escritor argentino Federico Andahazi,
llamada “El Anatonista”, en la cual recrea el descubrimiento subversivo del
mapa humano por parte de Mateo Colón, un personaje de verdad, que en 1500 dio
las primeras noticias del clítoris. Mateo Colón, igual, había descubierto la
circulación sanguínea pulmonar y al parecer, su gran formación, lo había
llevado a ser médico de cabecera de un Papa. Sin embargo, su registro
histórico, muy seguramente, asediado por la censura y la moral de la época, fue
condenado a un olvido secular.
Andahazi,
en relación a este tema, platea de fondo algo más profundo que vuelvo a traer a
colación: la percepción sobre la geografía y la representación del cuerpo
humano –especialmente el de la mujer-, está mediada por el discurso hegemónico,
ampliamente difundido y repetido en una cultura. Así los hechos, los lugares y
los pequeños detalles de la anatomía humana, pueden ser vistos o negados por el
discurso imperante. Llegando incluso más allá, a grados de horror, como la
mutilación, en casos como la ablación en mujeres, que se estila en algunas
culturas africanas.
En
Colombia es el asunto en cambio está manga por hombro, pues lo que prevalece es
un pene bárbaro, reincidente en violaciones y abusos. Según un estudio
publicado: “Situación de los derechos de las mujeres en Colombia 2011”. Llevado
a cabo por la Corporación Humanas, “el impacto del conflicto armado exacerba la
violencia contra las mujeres”, recrea nuevas formas de violencia y
discriminación en contra grupos étnicos minoritarios como indígenas y afro.
El
conflicto armado, consigna, somete a las mujeres indígenas a prostitución
forzada y violencia sexual”. No existe una política pública con enfoque
diferencial de género para atender a la población desplazada, como tampoco una
política para prevenir, investigar y sancionar la violencia sexual en contra de
las mujeres en el marco del conflicto armado.
Por el
lado urbano, las cosas tampoco van mejor. Describe el estudio, a partir de lo
que reporta el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses, que “durante el
2009 se realizaron 21.288 informes periciales sexológicos, en los cuales las
mujeres son las más afectadas con el 84.25% de los registros y el principal
presunto agresor es algún miembro del círculo cercano a la persona valorada
(principalmente y en su orden, padrastros, padre, pareja, tíos y primos).
Concluye
el estudio: “la violencia sexual continúa siendo un fenómeno persistente que no
muestra variaciones significativas en los últimos años”.
¿Cuál es entonces el discurso imperante en Colombia en
relación al cuerpo de la mujer? ¿Cómo se propala su representación o
imaginario, para ser el centro de violencia y abuso? ¿El difuminado por la
iglesia? ¿O el de quienes desean restringir una educación sexual en las
instituciones educativas porque le achacan culpa en los embarazos adolescentes
sin consideración de la asociación a la pobreza, la falta de educación y
oportunidades sociales? ¿El que nos venden las revistas light? ¿El que propalan
los medios de comunicación que desean estimular una compra y venta de productos
y accesorios relacionados? ¿Quiénes los deben redefinir, modificar y promover
entre la población? ¿Qué función cumple la escuela y el discurso académico con
respecto a ello? ¿Se deben exigir y reforzar?
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