Harold Alvarado Tenorio –quien ha creado la marca HAT,
de reconocido prestigio en la industria de las letras de Colombia- a mi modo de
entender merecería algo más que una
demanda por difamación y calumnia en los tribunales colombianos por parte de
una ministra de cultura. Si fueran inteligentes quienes se dejan provocar de
él, deberían otorgarle la Cruz de Boyacá en el más alto nivel. O postularlo al
premio Cervantes de Literatura. Incluso un Nobel de Literatura no le quedaría
chillando, lo juro.
Contrario a ello, la ministra Mariana Garcés le dio
por demandarlo junto a Carlos Palau. Pero todo el mundo sabe que demandar un
poeta en Colombia es llevar todas las de perder, porque los terrenos cenagosos en
que ellos discurren hacen impráctico su castigo y aún avivan más sus bífidas
lenguas, las cuales se cargan del doble de veneno en medio de una escenario
resucitado. La pugilística es algo que nos fascina a todos. Con esta querella la ministra quedó sentada en el banquillo y
HAT y Carlos Palau se deslizaron en el delicioso vórtice de los medios para
gozar de sus quince minutos de fama como decía Andy Warhol.
Aún más, la ministra debería reconocer que las
palabras de Harold la pusieron en primer plano de la notica y en el Valle, no
dejarán de crearle un cierto ambiente que hará que todas las miradas se dirijan
hacia ella donde llegue.
Igual, lo deseable de este escenario agonístico, es
que se reconozcan las virtudes de Harold Alvarado como contrapeso necesario y veeduría
ciudadana en solitario para vigilar los recursos que discurren por las tuberías
de la cultura en Colombia. ¿Qué de malo hay en ello? Muchos de sus señalamientos
son ciertos pero hemos caído tan hondo en la inversión de valores que por
efectos de distorsión las voces que da Harold parecen desproporcionadas y de
loco. La locura se ha trocado en cordura y a la inversa.
Como un contrasentido, toda esa sordidez es la que le
otorga gran voz al poeta, hacedor de Arquitrave, ex profesor de la Universidad
Nacional de Colombia y ex lazarillo de Borges. Varios en Colombia celebramos
sus palabras de Zeus cuando atruena. Fernando Vallejo, quien ha hecho de la
diatriba su profesión, le falta muchísimo de arte, elegancia y ácido humor para
acercarse a la maestría que Harold ostenta sin esfuerzo.
Varios personajes en Colombia ruegan caer en las brasas
de sus palabras de fuego purificador, como le tocó ahora a la ministra. El
único pecado de Harold por el que arderá en fuego eterno es ser uribista. Pero
eso corre por cuenta de él.
*Docente
Unillanos
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