miércoles, abril 29, 2009

Hablando con tapabocas

Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*

Todo lo que mata hombres y ciega la vida es digno de cantarse, pensó Homero hace tres mil años, aunque eso duela. Por eso el aeda recitó en versos "la cólera del pelida Aquiles que precipitó al Hades a numerosas almas de hombres valerosos". La guerra desde entonces, fue considerada como una peste.

Me imagino que será un sentimiento análogo al de ahora, expresado en los medios de comunicación que se han lanzado con fijación sobre la gripe porcina, de manera apocalíptica, como si tres Furias no se hubieran abatido ya sobre la humanidad contemporánea ni causaran a diario miles de víctimas como el Cáncer, el Sida y otras gripas: Aviar, porcina, vacas locas, etc. Así sean ciertas, justas y necesarias las medidas de profilaxis y los dispositivos de prevención, no se justifica el miedo que han propalado.

Dos libros que recuerdo hacen referencia a pandemias. El primero, La Peste de Albert Camus, y el segundo Ensayo sobre la Ceguera, de José Saramago. Mientras que el primero tiene un matiz existencialista y transmite un mensaje pesimista y de desaliento, Ensayo sobre la Ceguera, aun exhibiendo lo peor de la condición humana en situación calamidad, prende una vela de esperanza y da un ejemplo de cómo afrontar crisis que amenazan la humanidad. Con valor.

Sin embargo, Saramago insinúa, que una pandemia sólo es un simple revelador de una enfermedad que ha estado siempre con nosotros. En su caso hipotético, la ceguera. Pero aún peor que eso, es el miedo el que degrada y hace más crítica la situación. El miedo desemboca en el abuso, el pillaje, el acaparamiento, la especulación, la degradación y actos supremos de ruindad. Es un punto extremo que saca a la superficie lo peor de la condición humana.

Los actos de discriminación que pueden llevar implícitos hay que registrarlos y medirlos con cuidado. Como escribe el profe Carlos Barriga, qué casualidad que el dedo condenatorio haya señalado ahora la regordeta figura de los chonchos de un país latinoamericano, animal condenado por el judaísmo y el islamismo. Como antes el Sida, asociado a los gays, drogadictos y grupos étnicos excluidos en Estados Unidos, y que justamente, como enfermedad, había tenido su origen supuestamente en un país africano.

La demanda inusitada y exponencial de fármacos a una industria hermética y enriquecida es otro elemento discreto que vale la pena sopesar. ¿Tiene en sus manos la pócima, el antídoto de periódicas enfermedades que se derraman como aguas infectadas por todo el orbe?

La afectación de la cotidianidad, de la rutina simple, es el primer golpe mortal de una pandemia, la cual suele darse, no por la potencial enfermedad que amenaza contagio, sino por el miedo, el cual puede conducir a situaciones de delirante absurdo, como embarcar en navíos errantes de cargamentos humanos de población desterrada, sellamiento de ciudades enteras y extrañamiento y marginación de sujetos pacientes.

Es muy posible que mientras que noticias se difunden millares de cerdos sean conducidos al sacrificio inútilmente, colapsen globalmente grandes sectores y actividades económicas y se generen más daños de los necesarios, mientras la comunidad científica internacional y organismos como la OMS dan respuestas positivas.

*Docente Unillanos

martes, abril 14, 2009

¡Hable mal, pásela bien!

Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*

Dedicado a: Harold Alvarado Tenorio

Hace poco vi en televisión la resurrección de don Arturo Abella, un dinosaurio conservador del jurásico o cuaternario. Para los que no lo vieron porque no habían nacido o eran ya demasiado maduros para recordarlo ahora, don Arturo era un cachaco con noticiero de televisión propio, ¡ala! Era un pregonero en sus maneras de la urbanidad de Carreño, la moral del padre Astete y el ejercicio purísimo del lenguaje. Solía corregir al aire a sus presentadoras o presentadores por las incorrecciones idiomáticas en las que pudieran incurrir por descuido, moda o mal hábito.

Para uno, y para muchos, eso era como la sentencia de un oráculo o la equivalencia a una directriz de la academia de la lengua española.

Pues resulta que ahora aparece dizque un filólogo o gramático en un noticiero de televisión de nuestros días -si es que eso existe todavía, pues tengo la impresión que era fauna de 1886, ¡Por allá!, cuando se expidió la Constitución goda de Núñez; (otro que se creyó el cuento de reformador y sumió al país en cien años de oscurantismo). No sé cómo se llama la reencarnación de don Arturo Abella, ni me interesa, pero para mí, es una pésima proyección de las personas que se dedican a estudiar el lenguaje.

La visión normativa del lenguaje es la peor visión que se puede proyectar de la lingüística en el mundo moderno o postmoderno. Es una perspectiva arcaica, odiosamente culta y ostentosa del saber vacuo del gramático. Si bien el idioma vive y palpita en el campo, el arrabal, la comuna o las favelas, toma cuerpo, curvas y estilo en las manos de los escritores jóvenes e irreverentes. Pero si llega a manos de gramáticos, la lengua muere y es momificada. Peor aún, esos mismos señores, amantes de uso del lenguaje correcto y el purismo, salen a vendernos trozos de cadáveres que son las expresiones correctas del buen hablar.

¡No señor, uno debe hablar como le da la gana o cómo le plazca! En España, sede de la pomposa Real Academia de la Lengua, es donde peor se habla. ¡Joder!

Los criterios de corrección al hablar son como grilletes en el cerebro que inhiben la expresividad y creatividad del ser humano. La gramática fue propia de los periodos históricos donde casi todo saber tenía el propósito de esclavizar al hombre, en disciplinas establecidas en la academia como la teología, la lógica y la preceptiva. Por eso no es raro que mucho cura fuera gramático o los gramáticos fueran curas. A veces era peor y se dedicaban a la política, pero esa perversidad solo sucedió en Colombia. Muchos niños y jóvenes nuestros, se cohíben al hablar o al escribir porque los bloque el terror de incurrir en incorrecciones.

Afortunadamente, corren aires frescos y perspectivas interdisciplinarias que abordan el estudio del lenguaje. Como Van Dijck, el lingüista holandés que estudia el lenguaje en relación con el abuso del poder; O Humberto Maturana, que relaciona la afectividad y la emoción con el lenguaje. O Llinás, el neurólogo colombiano, que analiza el lenguaje desde la perspectiva de la neurociencia. Esa sí son las perspectivas del lenguaje para liberar y ligar a los muchachos.

El próximo 23 de abril se celebrará el día del Idioma, que bien podría (del verbo “podrir”, como dice Bibiana) ser el día de la lengua, o mejor, del lenguaje. Porque no se trata de celebrar de manera chauvinista un castellano que ya empezamos a hablar muy diferente en América, lo cual deberemos acentuar, así nos digan que está mal y que eso no aparece en el Real Diccionario de la Lengua. Lo preciso es valorar el potencial que significa el lenguaje en nuestros cerebros, que nos ha dotado para escribir como García Márquez, cantar como Facundo Cabral y orar como sor Juana Inés de la Cruz que tenía orgasmos mientras recitaba sus oraciones en un purísimo castellano.


*Docente Unillanos

jueves, abril 02, 2009

A cerca de la Sobriedad

Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*

Me encanta la sobriedad. Las dimensiones justas, el equilibrio y la frescura rutinaria que representa estar en sano juicio. La sobriedad tiene algo de serena valentía para el que la asume como su ropaje diario. Un buen baño con una ducha fría, una taza humante de chocolate o café, y un buzo o camiseta de primera postura, recién lavada, que me dé abrigo mientras se calientan mis manos, constituye uno de tantos de los pequeños placeres que otorga ese estado de lucidez.

Sobriedad y madrugar son casi un sinónimo. Tienen un sentido cósmico las dos. Avanzan como un galope de caballos, nos traen una nueva curva de horizonte. Después de un sueño reparador se tiene fresca, recuperada y despierta la conciencia. A medida que avanza la mañana, se descorren los velos fríos y luminosos, y un brinco de realidad viene a pellizcar nuestras mejillas.

Un trasnocho en cambio, tiene algo de ebriedad. Los sentidos pierden agudeza; aletea en nuestro interior un rumor de magia y universo pero incluso podemos padecer al otro día los efectos de una resaca, aún sin haber consumido una gota de licor.

Por muchos años, como a otras tantas generaciones me transmitieron un juicio severo sobre la sobriedad. Me dijeron que ella era sinónimo de pesadez y rutina y que era menester leer a Li Po, y celebrar con él la borrachera que nos retorna a la noble naturaleza. “¡Bebe, Cayan!” Me gritaban, me llamaban, mientras escanciábamos más vino de antiguos odres. Después había en nuestras caras un rictus que más tarde se tornaba en mueca vacía y brotaba de nuestras sienes empresas colosales, audacias, que no obstante, después, no acometíamos.

Valía más en ese momento un gramo de ebriedad, para no confundir el sueño con la fantasía.

Sin embargo, la sobriedad, no se alcanza con facilidad. Viene como la sabiduría, con los años. He notado que quienes más disfrutan la vida, un aire de mañana y una taza de café son las personas de edad. Se afirman en la simpleza de los actos cotidianos, hacen movimientos precisos y tienen un sentido raro de sintonía con el latido de cosmos. Ya no llevan prisa y tampoco van demasiado despacio. Se funden en armonía igual en un amanecer o un ocaso. Es cuando se desarrollan los hábitos de pescar en un lago, fumar una pipa o cuidar una hortaliza.

Sin embargo, la sobriedad pesa mucho. Algún filósofo definía el placer como una liberación momentánea del dolor. El trago, es cierto, en algo alivia. Por eso me aterra el rumor de mis primos en un camión, buenos muchachos que en cada semana santa, asaltan, se toman la noche, alzan su vasos, me abrazan y me gritan: “Si no se lo toma se lo echo encima, marica.” Brilla en los ojos de ellos y en los míos la ebriedad de abuelos comunes, el febril impulso de un tío suicida y la pendencia de una tía abuela de los tiempos bíblicos que se liaba a puños con los hombres en una chichería de Tasco.

Tiempo para reflexionar, al fin y al cabo, que conceden las semanas santas cuando bulle el ángel y el demonio que todos llevamos dentro.

*Docente Unillanos