miércoles, septiembre 16, 2009

El amor en los tiempos ridículos

Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*

Recién hablaba sobre la triada de poder de Alvin Toffler: fuerza, dinero y saber -nueva y sagrada trinidad a la que veneramos en Occidente-, cuando alguien, de manera aguda e inteligente, me preguntó dónde quedaba el amor en todo ese esquema. Fue como si me derrumbaran las fichas del dominó de manera intempestiva. No pude sino naufragar en el mutismo. Sinceramente, no lo había pensado, ni tenía un cubil especial para lidiar con el concepto. Quedé con la sensación grogui de un boxeador cogido por su rival con un golpe artero que lo azota en la lona y recibe la cuenta de protección del juez.

Por los azares que conspiran a favor de los lectores entre temas y libros, unas semanas después me encontré con un libro de Humberto Maturana, Emociones y Lenguaje en Educación y Política, que abordaba el tema del amor de manera explícita. Sin embargo, Maturana me iba dar una tunda más. Concebido y amamantado en el dogma del Homo Sapiens que nos predica desde la escuela que lo esencial del ser humano es el pensar, lo cual, lógicamente nos define como especie, Maturana voltea las cosas y dice de manera consistente que no señor, que el amor es la emoción fundamental en la historia del linaje homínido.

Agrega tres cosas más que lo hace fundamental para la especie que somos: permite la existencia colectiva –donde no hay amor no hay cohesión-, es el dínamo que nos mueve y suele ser el centro de la cebolla que hay detrás de todos las racionalizaciones que esgrimimos para justificar nuestras acciones. Respecto al primer aspecto subraya Maturana, el amor es cuando alguien nos permite ser sin exigencias, lo cual facilita convivir mediante la aceptación del otro. Igual, encuentra que no es la razón lo que nos lleva a la acción sino la emoción. Por lo cual concluye: Todos los sistemas racionales se fundan en premisas fundamentales aceptadas a priori. ¡Todos! Es decir que por encima de las discrepancias lógicas e ideológicas lo que se halla es el amor o el desafecto.

Las conclusiones de una situación semejante no son poca cosa. Primero, hace que como seres humanos, nos desarrollemos y actuemos en un ámbito de contradicción. Se nos ha educado de manera espartana en la prevalencia de la razón y, de forma aparejada, se han proscrito la manifestación de los sentimientos y las emociones como inapropiadas, a no ser para espacios de confinamiento. Manifestar emociones en público suele ser un indicador de desequilibrio.

Para hablar de inequidad de género pero en viceversa, los niños varones son los que llevan la peor parte; por lo cual, de adultos, solo pueden aguar el lagrimal borrachos o en el cine, recogidos en la oscuridad de una gran sala que solo pone de presente de manera protuberante la soledad y el destierro del campo de las emociones. Es por ello que a veces, de manera inapropiada, manifiestan de la manera más brutal y violenta afectos incontrolados que se desatan en maltrato, homicidios y crimen pasional. Es decir, se opta por manifestar de manera ampulosa y rotunda el odio, lo contrario a lo que se deseaba y no se podía sentir. Con toda la carga de secuelas que suele traer en lo personal y lo social. ¿Producto de una mala educación sentimental?
*Docente Unillanos

martes, septiembre 01, 2009

Semántica y política

Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*

Contrario a lo que se cree, no son los jóvenes quienes pervierten el lenguaje, sino los políticos. Primero, en el caso de impúberes transgresores, lo que los impulsa es una especie de pacto entre el grupo -llámese “Parche”-, o la necesidad creativa de la expresión, el juego, el guiño verbal que integra a la manada. No hay una predeterminación, digamos, para cometer un ilícito. No así en los políticos donde el asunto es fríamente calculado, así hablen más elegante.

Aclaremos primero que el ejercicio de la política es el poder y no la moral, aun cuando los políticos suelan venderse a sí mismos, como encarnaciones de la renovación moral. El discurso moral es propio de los predicadores y de los maestros, que a veces tienen, el uno, algo del otro; o viceversa, como diría la reina. Es así que suelen ocupar escenarios parecidos, pero con objetivos distintos así se promuevan con el mismo discurso.

El problema radica en la audiencia, que no lo discierne, y termina apoyando a los políticos que se venden con un discurso moral para lograr objetivos concretos de poder. Y ahí rigen otras reglas. La primera, “el todo vale”. Como hacer falsas promesas –no hacer corresponder lo dicho con lo hecho-, mentir, simular, engañar, sabotear, ocultar, sesgar, calumniar, difamar, etc. Y entiéndase de ahí para adelante, “lo que sea y todo vale”. Sean colombianos, venezolanos o ecuatorianos para no echarnos pajarilla.

El discurso político es pretencioso porque quiere aparentar lo que no es. El efecto de ello suele ser la vaguedad. Se dicen cosas importantes pero vacías de realidad. O también, es recurrente en el uso de metáforas desgastadas: esas expresiones que en algún momento fueron creativas pero que a punta de uso se volvieron pálidas: “férrea determinación”, “pisotear los derechos”, “al orden del día”, “exhaustiva investigación” y otros por el estilo.

En algunos casos, se buscan palabras con una carga de juicio que quiere aparentar información: hace unos años, de manera perversa, para deslegitimar a sus contradictores un embajador estaudinense en Colombia acuñó un termino: “narcoguerrilla”. La palabra, en lugar de ayudar a describir una realidad social y política que se pudiera estar dando en la insurgencia, simplificó el fenómeno de connivencia entre guerrilla y narcotráfico en zonas de conflicto con baja presencia del Estado, y en lugar de aclarar, confundió. No se pudo comprobar de manera contundente que la guerrilla fuera narcotraficante, ni que los narcotraficantes se hubieran vuelto guerrilla.

El término de “terrorista”, hace unos años, era una palabra para calificar al sujeto que ejercía una violencia indiscriminada y suicida sobre víctimas inocentes. Hoy en día, integró a su valor semántico, un espectro de sentido que se extiende a la subversión, la guerrilla, el narcotráfico, la oposición, y en general, todo lo que contradiga la doctrina oficial.

En la cumbre de Bariloche, el término circuló de a un lado otro, involucrando relaciones internacionales. Parece un remplazo del término “comunista” de hace unos años y es usada ahora de parapeto para justificar políticas de seguridad nacionales, en nuestro caso; o internacionales, en el caso de Estados Unidos.

*Docente Unillanos


CopyringhiEdiciones El Arquero
CESO Centro de Estudios Sociales de la Orinoquia.
Otto Gerardo Salazar Pérez, 2008.
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