jueves, julio 29, 2010

Tres cuatros

Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*

Hay dos tipos de cuatristas en los conjuntos llaneros, interpretes diestros de un instrumento de la música llanera que ha sido considerado menor. Están los que irrumpen y permanecen como buenos cuatristas, dándole textura y soporte al arpa o la bandola en la ejecución de la música llanera. El cuatro, siendo un instrumento muy modesto, que parece acallarse cuando se despliega el arpa, cumple la función de darle cuerpo a la música del llano, así uno no lo sienta. Es necesario hacer un poco de esfuerzo para escuchar su presencia galopante fundida con la melodía. El segundo tipo de cuatristas son los que vuelven el cuatro, tradicionalmente de acompañamiento, un instrumento de solista, que revuela como un pájaro y se despliega en melodías rápidas y precisas.

Isaac Tacha, Gonzalo Lizarazo, Carlos Flórez y Beco Díaz, por ejemplo, son excepcionales intérpretes del cuatro. Sin recavar en la modestia de monje cartujo de Isaac Tacha, es de reconocer su virtuosismo en el cuatro, de la mano de cual, ha dado en composiciones de dos himnos reconocidos por su belleza arreglística e instrumental, como son los himnos de Villavicencio y del Casanare. Viendo las fotos de cuando se inició y era un muchacho del delgadez e idealismo quijotesco –hace su tiempo, claro está- pocos podían anticipar lo que le sacó al cuatro, haciendolo hablar, gemir y desplegarse como instrumento solista. Hace unos años dio un concierto memorable en el Auditorio León de Greiff, en Bogotá, en las épocas de síndico de Alberto Baquero en la Universidad Nacional.

Gonzalo Lizarazo es más modesto pero en sus manos el cuatro suena con un sabor inconfundible, exquisito y preciso.

Carlos Flórez es una vedette con el cuatro. Como instrumento lo llevó a extremos insospechados. Agregándole unos trastes, lo hace hablar y recitar –al cuatro- como lo hacía de palabra el poeta Eduardo Carranza en los Jardines de la Ahlambra. Es decir, con un virtuosismo excepcional. Hace años, cuando la cultura en el Meta no había sido presa de los mercachifles y se llevaba a la feria del libro en Bogotá una delegación decorosa a representar al Meta, Carlos Florez daba unos conciertos que dejaba fríos y pasmados de la emoción a quienes los escuchaban.

Finalmente, hace poco tuve la oportunidad de conocer la obra de Beco Díaz, otro cuatrista excepcional para fortuna del llano aunque se haya ido muy pronto. Transitó con toda calma por los caminos de Isaac Tacha y Carlos Florez, presentándose como solistas instrumental con la Filarmónica de Bogotá, y legó para la posteridad un trabajo como fundador y director de dos agrupaciones infantiles de música llanera: Coral Infantil y Juvenil Cantaclaro y Ensamble de Arpas: Semillas de Cubarro.
Hace poco vi las agrupaciones que dejó establecidas presentarse en el Simposio de Historia Colombo Venezolano. Sin duda, sus semillas plantadas, perdurarán.

*Docente Unillanos

viernes, julio 16, 2010

El Cristo de espaldas

Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*

Mientras haya iglesia y haya curas practicantes del celibato, habrá abuso y violación de menores. Esa es una realidad incontrastable con la que se acuesta la gente decente de este católico país, la gente de bien, que va a misa cada domingo y a la que un cura, con su mano pedófila, deposita en su boca y sobre el piso de su lengua una seca e insípida hostia con el fin de comulgar y purificar el pecado. El primer argumento pusilánime, cómplice y complaciente es de que “no son todos, son unos pocos mientras los descubren”.

Se aduce a través de este argumento, que no se puede aplicar a toda la congregación de hombres y mujeres en abstinencia contra natura, sino que es atribuible a casos aislados. Sin embargo, un rosario de casos aislados que revientan por todos lados parece ya una directiva institucional y corporativa, de doble moral, que no ha querido asumir una discusión a fondo sobre las desviaciones que lleva implícitas la práctica de celibato que impide llevar una vida sana y el disfrute de la sexualidad desde la orilla elegida, sea cual sea. No es que a los curas les sea impedido que sean maricas sino lo que se quiere atajar la trasgresión y la violación que hacen sobre menores, víctimas vulnerables sobre las que hace presa de manera preferencial la vocación utópica de santos tras de la cual se arropan los miembros de las congregaciones eclesiásticas.

La verdad, poco importa que la iglesia sea una grey anónima y a lo mejor mayoritaria de la población LGTB, sino la vulneración de derechos de los menores, haciendo abuso de su posición privilegiada de guías espirituales de una sociedad que ha depositado en ellos sus mejores votos de confianza. El Papa Joseph Ratzinger, antiguo prefecto para preservación de la fe y la doctrina, se ha venido lanza en ristre contra organismos de justicia de diferentes países que llevan causas contra la pedofilia, prefiriendo sobre los derechos de la infancia, el sueño de pecados insepultos de obispos desenterrados.

Y argumentan para defenderse, que el abuso de menores se da en muchos ámbitos, no exclusivos la iglesia, como la misma familia, reductos escolares y otros. Argumento majadero y socarrón para no asumir la propia responsabilidad, mirando de modo complaciente el mal ejemplo de otros para lavar la propia culpa. A prevenir el abuso y la violación de menores debería dedicarse la iglesia desde los púlpitos para que ni maestros, ni familiares ni otros sujetos se atrevan a vulnerar los derechos de los menores y su sagrada infancia.

Es por ello que está bien que iniciativas como la de Rodríguez Zapatero en España, corten de tajo la connivencia entre Estado e Iglesia. Los hicieron al fin, después de trescientos años de que otras naciones desarrolladas de Europa lo establecieran con el surgimiento de los modernos estados nacionales. Entre las órdenes que se destacan en la nueva Ley, está la de desmontar los crucifijos de las aulas, para ir derrumbando la imaginería beata y de superchería que se cuela en ámbitos educativos y de formación.

*Docente Unillanos

martes, julio 06, 2010

La mirada de Medusa


Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*

De forma general, más o menos todos recordamos el mito de Medusa, una de las tres gorgonas cuya cabellera era un nido de víboras y que petrificaba con la mirada. Sacrificada por Perseo, se cuenta que dio origen a los corales del Mar Rojo que se formaron con su sangre salpicada, de cuyas gotas, habían saltado a su vez, en los desiertos del Sáhara, serpientes venenosas. Para rematar el mito, se dice que una vez decapitada, del lado izquierdo de su cabeza manaba un veneno mortal y del lado derecho sangre que era capaz de resucitar a los muertos, de la cual fue beneficiario el médico Asclepio por parte de la diosa Atenea, quien fue última dueña de la mortal cabeza.

Refieren las fuentes antiguas que el valor de Medusa, es decir, su capacidad para petrificar, se dio cuando perdió su cuerpo y fue separada su cabeza, y que era utilizada para vencer a los enemigos. Así pues, infería una muerte no sangrienta, por solidificación, lo que hacía que lo que destruía se mantuviera en imagen, remedos de “esculturas” que alguna vez tuvieron vida, especie de memoria viva y muerta de los que habían sido los hombres cuando estuvieron vivos y los rodeaban los hechos y las circunstancias. Igual, de manera curiosa, su sangre manaba a su vez veneno, sustancia para matar otra vez, y sangre que resucitaba, o volvía a la vida.

Para el caso nuestro, la historia nacional registrada por la mirada de Medusa, es una historia deplorable, empobrecida, reducida. Es la historia de las academias demasiado apegadas al discurso oficial, demasiado solemnes, constructoras del discurso con base a la cita de la cita, imbuidas en el protocolo y el boato academicista.

Cuando se trata de transitar por la historia nuestra se descubre un paisaje petrificado por una mirada de Medusa; es decir, nos hallamos ante una historia nacional, que repetida año tras año, de escuela en escuela, a partir de un primer texto que redactaron Arrubla y Henao, nos legó una historia almidonada, cursi y bastante falsa.

De otra parte, y usando argumentos más actuales, la historia es un discurso de especialistas que entraña un poder del cual están proscritos quienes no tienen el tiempo ni la formación para acceder a la disciplina, tema ampliamente trabajado por Van Dijk en su Análisis Crítico del Discurso.

El poder que representa hacer la escenificación del pasado y establecer la memoria para un pueblo no es poca cosa. Se sabe por ejemplo, que muchos gobernantes y tiranos, han designado historiadores de oficio para registrar una memoria de los hechos favorable a sus intereses. Incluso, han modificado hechos registrados y los han adaptado con el fin de legitimar la usurpación de poder que los ha llevado al gobierno.

Igual, en nuestra esta historia nacional nunca aparece “pueblo”, a no ser como borregos, actores extras y circunstanciales que llenan el escenario en cuyo centro se destacan criollos de patillas que se sacrifican por la patria. Nunca aparecen indios liderando –que los hubo-, ni se ven negros en plan de mártires. Las mujeres son de arrebato y después desparecen discretamente de escena. Las que permanecen son caracterizadas por ser chismosas, intrigantes y ambiciosas.

De la historia nacional que se honra en este bicentenario, lo ha que surgido es una nación marcada por el desequilibrio, la injusticia, la pobreza y el atraso. Por ello es persistente el fenómeno de la violencia aún “habiéndose extinguido las ideologías”. Basada en el engaño y la traición reiterada de los que han gobernado la nación, y la respuesta insurgente que desde los comuneros, no ha podido consolidar procesos de organización que los lleve a constituirse en una opción real y alternativa de gobierno.

*Docente Unillanos