martes, julio 06, 2010

La mirada de Medusa


Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*

De forma general, más o menos todos recordamos el mito de Medusa, una de las tres gorgonas cuya cabellera era un nido de víboras y que petrificaba con la mirada. Sacrificada por Perseo, se cuenta que dio origen a los corales del Mar Rojo que se formaron con su sangre salpicada, de cuyas gotas, habían saltado a su vez, en los desiertos del Sáhara, serpientes venenosas. Para rematar el mito, se dice que una vez decapitada, del lado izquierdo de su cabeza manaba un veneno mortal y del lado derecho sangre que era capaz de resucitar a los muertos, de la cual fue beneficiario el médico Asclepio por parte de la diosa Atenea, quien fue última dueña de la mortal cabeza.

Refieren las fuentes antiguas que el valor de Medusa, es decir, su capacidad para petrificar, se dio cuando perdió su cuerpo y fue separada su cabeza, y que era utilizada para vencer a los enemigos. Así pues, infería una muerte no sangrienta, por solidificación, lo que hacía que lo que destruía se mantuviera en imagen, remedos de “esculturas” que alguna vez tuvieron vida, especie de memoria viva y muerta de los que habían sido los hombres cuando estuvieron vivos y los rodeaban los hechos y las circunstancias. Igual, de manera curiosa, su sangre manaba a su vez veneno, sustancia para matar otra vez, y sangre que resucitaba, o volvía a la vida.

Para el caso nuestro, la historia nacional registrada por la mirada de Medusa, es una historia deplorable, empobrecida, reducida. Es la historia de las academias demasiado apegadas al discurso oficial, demasiado solemnes, constructoras del discurso con base a la cita de la cita, imbuidas en el protocolo y el boato academicista.

Cuando se trata de transitar por la historia nuestra se descubre un paisaje petrificado por una mirada de Medusa; es decir, nos hallamos ante una historia nacional, que repetida año tras año, de escuela en escuela, a partir de un primer texto que redactaron Arrubla y Henao, nos legó una historia almidonada, cursi y bastante falsa.

De otra parte, y usando argumentos más actuales, la historia es un discurso de especialistas que entraña un poder del cual están proscritos quienes no tienen el tiempo ni la formación para acceder a la disciplina, tema ampliamente trabajado por Van Dijk en su Análisis Crítico del Discurso.

El poder que representa hacer la escenificación del pasado y establecer la memoria para un pueblo no es poca cosa. Se sabe por ejemplo, que muchos gobernantes y tiranos, han designado historiadores de oficio para registrar una memoria de los hechos favorable a sus intereses. Incluso, han modificado hechos registrados y los han adaptado con el fin de legitimar la usurpación de poder que los ha llevado al gobierno.

Igual, en nuestra esta historia nacional nunca aparece “pueblo”, a no ser como borregos, actores extras y circunstanciales que llenan el escenario en cuyo centro se destacan criollos de patillas que se sacrifican por la patria. Nunca aparecen indios liderando –que los hubo-, ni se ven negros en plan de mártires. Las mujeres son de arrebato y después desparecen discretamente de escena. Las que permanecen son caracterizadas por ser chismosas, intrigantes y ambiciosas.

De la historia nacional que se honra en este bicentenario, lo ha que surgido es una nación marcada por el desequilibrio, la injusticia, la pobreza y el atraso. Por ello es persistente el fenómeno de la violencia aún “habiéndose extinguido las ideologías”. Basada en el engaño y la traición reiterada de los que han gobernado la nación, y la respuesta insurgente que desde los comuneros, no ha podido consolidar procesos de organización que los lleve a constituirse en una opción real y alternativa de gobierno.

*Docente Unillanos

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