miércoles, abril 28, 2010

El viejo “Julius”

Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*

Varios de nosotros, los que nacimos del 60 para adelante, pensábamos que la “violencia” había sido cosa de los abuelos y no un asunto nuestro. Nos creíamos afortunados porque pensábamos, de manera ilusa, que habíamos tenido la suerte de nacer después del horror de la violencia bipartidista del 50, la cual se había desatado a partir del magnicidio de Gaitán.

No fue así. Por el contrario, la violencia azotó con más furia. Nuestra generación fue marcada a hierro candente no solo con uno, sino varios magnicidios: Pardo, Bernardo Jaramillo Ossa, Luis Carlos Galán, Pizarro, Antequera, Manuel Cepeda. A nivel regional les cegaron la vida a Pedro Nel Jiménez, Betty Camacho, Kovacs, María Mercedes Méndez y Josué Giraldo Cardona, entre otros, acribillado en el barrio Villa María frente a sus dos hijas. Eso sin contar las masacres que se vinieron en serie, como las cuentas de un rosario, partiendo de la toma del Palacio de Justicia, las masacres de Tacueyó, El Aro, El Salado, y Mapiripán. Los ejércitos irregulares de la guerrilla y el paramilitarismo se establecieron y arreció la violencia en todas las direcciones. Hasta el presente, que como lobo oscuro se botó a las barriadas pobres con el nombre de “falsos positivos”.

A cada uno nos ha tocado un bocado obligado de violencia. Mi primo-tío Alberto Pérez, asesinado por la guerrilla de las Farc, en La Carpa, por recibir ayuda del Estado para construir una escuela. Y por supuesto, el viejo “Julius”, Julio Daniel Chaparro Hurtado, el poeta de Árbol Ávido. A quien conocí una tarde en la normal, en una semana cultural, haciendo fonomímica, jalándole al teatro con Chivatá, y leyendo hojas sueltas con alarde y el gesto despeinado de un poeta. Apenas teníamos doce o trece años. Tenía buena voz porque la había heredado de su padre, Héctor Julio, y profesaba un amor entrañable por su madre. Sus hermanos menores, eran su orgullo y así conocí a Magaly y el “La Chasson de Roland”, a la postre, un joven tímido que no dejaba de mirar a su hermano mayor con curiosidad de ver tal vez ese ánimo tan levantisco.

Creo que el “Roland” aún no ha depurado su timidez y, según los críticos de sus escritos publicados en varias revistas internacionales, se esconde a veces detrás de documentos crípticos, los cuales, para leerlos, hay que hacer cursos avanzados en la hermenéutica de Heideggeer y Schopenahuer. Y otros más de Habermas para entenderlo.

El “Julius” marcó nuestra generación en dos sentidos. Las ganas profundas de vivir, de gozar, y, un sentido fatalista por un tema que no logramos espantar del todo, el tema de la violencia. Tan difícil de evitar porque está pintado en las paredes de la mayoría de pueblos de este país. Esto último lo llevó a iniciar un proyecto de reconstrucción de las cuatro masacres que al momento (1990) habían marcado el decurso del país. Lo cual lo envió al vórtice de la violencia que lo arrastró.
Hace 19 nos llegó la noticia de su muerte. Súbita, como una puñalada en un costado. Y aún, nos sigue lacerando con una nueva realidad que se venido levantando en los últimos años en el país, como una ola, dentro y fuera, que reconocen muchos organismos internacionales de derechos humanos denominada, impunidad.

*Docente Unillanos

jueves, abril 08, 2010

Pelucas, incienso y política

Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*

Prendo el televisor: es, o sería (no lo pudo imaginar) el sueño dorado de un espectador de teatro que arriesgaba su vida en el medioevo sentado en un retablo para ver un drama elevado o una burda comedia. Había empujones, sudor y piojos, pero bien valía el espectáculo que hacía saltar las lágrimas de risa, conmover profundamente, o simplemente, ver representado en un tablado la estupidez humana. Hoy solo basta apretar un botón del control, e ir de una canal a otro, paseándose por la dramaturgia actual. Novelas mejicanas, que consagran el género domestico de la bobería amorosa; comedias románticas gringas para evidenciar la decadencia del cine hollywoodense con carcajadas en off.

De pronto salta un desfile de saltimbanquis en Bogotá presidido por una peluca roja y un par de piernas. Cambio de nuevo, o “zappeo” como dicen, y aparece el Chuky Santos en Popayán, y en otro canal, con cara de virgen dolorida, Rafael Pardo cargando un paso de la Semana Santa. Comprueban los dos, de manera enfática, en lo que devino el liberalismo del país, -el partido de Gaitán o lo que queda-: vistiendo santos como viudas y en rituales confesionales donde, esta vez, no se aparecieron ni los godos.

No tienen tiempo porque anda agarrados por la dignidad de un partido que lo que ha sabido hacer es arrastrarse de rodillas por el camino de su salvador, el señor del Ubérrimo, que quiso encarnar la sagrada trinidad de los poderes del Estado. Ella, la dama camaleónica que ha sobrevivido a todos los regímenes lo trata del ladrón en la W. El Pincher pierde la consulta y decide cobrar caro la adhesión: pide que ella se retracte. La dama cambia de color –le cuesta poco- se pone azul, roja, amarilla pero decide que el costo de echar reversa esta vez es muy alto para su credibilidad. Todo el mundo sabe que el uribito o pincher, lo que es, es una ratita agrosegura y esa evidencia incontrastable hace que uno diga como Galileo, “pero se mueve”.

El romance de Mockus y Sergio Fajardo, que subió el ranquin de la audiencia entre la población LGTB: lesbianas, gays, transexuales y bisexuales, se acercó bastante a la alta dramaturgia seriada de la televisión venezolana. ¡Quién olvida el culo limpiamente exhibido de Antanas en el auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional! Hasta apareció Ricky Martín saltando del closet. El parricida Petro, a quien su mujer no le pone la corbata por la mañana sino que lo ahorca, luce solo, esperando quién se fije en él. Nada. El color amarillito se le destiñó y ya es casi invisible. Su intrepidez política puede llevarlo a un acuerdo con Vargas Lleras, la ultraderecha del uribismo. ¡Ojo!

Al final voy y revuelvo mis lecturas: y repaso a García Caclini quien escribió respecto a la teatralización del poder: “toda política está hecha, en parte, con recursos teatrales”. Con repertorio fijo, escenarios claves, gestos y palabras estudiadas, donde el pueblo se trasmuta en público, y a través de esa escenificación, esta integrado a la vida pública, pero con exclusión de las decisiones efectivas de poder. Serán dos meses más, hasta mayo que sean las elecciones, para ver desde la comodidad de la sala en pantallas de plasma el espectáculo circense.

No se confundan si algunos personajes, interpretan contrapuestos papeles y dicen nuevos parlamentos, como Angelino Garzón, que aún doliéndole la cara, intenta hablar a favor de la seguridad democrática con propiedad y la dicción perfecta de los ganaderos de Córdoba y el Magdalena Medio.


*Docente Unillanos