martes, octubre 09, 2012

No hay que ser un buen chico para ir al cielo

Los ejercicios de escritura propuestos a los estudiantes a través de los Concursos Nacionales de Cuento, como un ejercicio de libertad y creación, suelen estrellarse con un muro que es su antítesis: la concesión del estudiante al probable gusto del maestro o el adulto, la subordinación a lo moralmente correcto y la conformidad con las demandas de la sociedad en materia ambiental, convivencia y paz.

El acto feliz y creativo, se convierte así, en acto constreñido, en una suerte de desdicha auto impuesta para ser un joven ejemplar. No basta que el maestro “invite” a sus estudiantes a ser creativos, a soltarse, a desdoblarse, si existe una alambrada invisible, una atmósfera cultural escolar que hace prevalecer los principios del estudio, los valores, lo correcto, lo aceptable; donde no se admite la desobediencia, la disidencia, o la contradicción. Es decir, donde impera la visión dogmática, no necesariamente religiosa, pues aún enseñando ciencia, se puede caer en los fundamentalismos.

Y la literatura, como arte, es todo lo contrario a ello. Si se quiere, es un ejercicio de búsqueda, de refundición. Tiene que ver más la dimensión lúdica, estética del mensaje, no con la corrección del uso del código. Conlleva la liberación personal, la inmersión en lo interior de uno mismo y hallazgo de una propia voz interior. Pocos lo logran.

Primero no es un proceso fácil, ni se resuelve de manera coyuntural. Obedece más a un proceso que a metas. Es producto en últimas, de varias etapas, de maduración, de búsqueda, cuestionamiento y lectura.

La dinámica dentro del centro escolar para que los muchachos escriban sigue siendo una tarea. Y una tarea es un acto obligatorio, donde no se puede ser feliz ni crear. Los peores cuentos provienen de los colegios religiosos donde la concepción moral es fundamental. Allí se usa y se abusa el cuento como herramienta de doctrina y como fábula de formación. Los muchachos ha asimilado tanto el proceso que al final de su cuento escriben: Moraleja. Y rezan la lección moral que debieron aprender.

Los mejores cuentos, son las ovejas descarriadas, las historias y espacios de trasgresión que saben inventar algunos muchachos. El compromiso es con la historia misma que cuentan, el tono adecuado, la tensión que saben imprimir al relato, el conflicto esperando resolución. A veces es la anécdota sincera, salida del corazón donde, gracias a los manes de la creación, no se cuela el maestro ni el padre. Es la voz limpia y original del niño o el joven.

*Docente Unillanos