Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*
Cada víspera de diciembre aparecen tres estrellas en perfecto orden al oriente. Hace muchos años, algún día, cuando aún no me habían arrebatado el encanto de creerlo todo, mi papá me dijo que se trataba de los tres reyes magos. La simetría y alineación en medio de tanto albur y capricho como se riegan las estrellas me llevó a creerlo. Eran los días calientes y polvorosos de un Villavicencio reciente pero de noches frescas donde el cielo se abría de par en par, como decía el maestro Carranza.
Es un recuerdo en mi memoria que nunca olvido, porque así quisiera, siempre en las noticias de nochebuena ellas aparecen. Sin falla, brillantes y alineadas. Son efectivamente una memoria, o la Némesis, como llamaban los griegos a la diosa que no podía olvidar: La Venganza.
Pero no sólo quienes odian se atormentan en la memoria. También quienes aman naufragan en ella sin hallar la pócima de olvido que los ponga a salvo del tormento de amor, que consume por dentro y devora sin tregua. Olvidar es perfectamente imposible cuando se ama. Por ello la peor moneda que puede recibir un amante es el olvido, no el odio: “ódiame, por piedad, yo te lo pido”.
En términos existenciales la memoria no es ni más ni menos que la dimensión de la existencia –somos hasta donde recordamos-, las márgenes de nuestra vida, las orillas de lo que somos.
La memoria inspira, sostiene y fortalece. Cuando olvido mis propósitos y mis metas en la mañana se me achica el corazón y pierdo el ánimo. No tengo ganas de levantarme. Pero los recuerdos que vienen a jirones, que es preciso buscarlos y separarlos de los recuerdos que nos embotan, de nuevo me disparan las alarmas y me llenan de afán.
Como raza humana, hemos tenido la habilidad para desarrollar instrumentos de la memoria: los libros. Al principio, algunos filósofos no estuvieron de acuerdo porque precisamente, acusaban a los libros de volver flaca y perezosa la memoria humana. Sin embargo, como sostiene Umberto Eco, los libros nos liberan la memoria permitiéndonos acumular saberes y datos que de otra forma nunca hubiéramos retenido. Ahora las bibliotecas son como memorias colectivas de las civilizaciones.
Diciembre es un mes que en forma inevitable nos desliza a la memoria y el recuerdo. Lo que suena de preferencia son los discos viejos, la música de antaño. Con afán se quiere rescatar la comida de tradición, las familias se reúnen a repetir la memoria del clan, a contar una y otra vez las anécdotas, no importa que haya que ir de una ciudad a otra: se viaja a recordar, a encontrarnos de nuevo con los rostros, las calles, los olores. Bendito este mes para recordar y no olvidar lo que somos.
*Docente Unillanos
Cada víspera de diciembre aparecen tres estrellas en perfecto orden al oriente. Hace muchos años, algún día, cuando aún no me habían arrebatado el encanto de creerlo todo, mi papá me dijo que se trataba de los tres reyes magos. La simetría y alineación en medio de tanto albur y capricho como se riegan las estrellas me llevó a creerlo. Eran los días calientes y polvorosos de un Villavicencio reciente pero de noches frescas donde el cielo se abría de par en par, como decía el maestro Carranza.
Es un recuerdo en mi memoria que nunca olvido, porque así quisiera, siempre en las noticias de nochebuena ellas aparecen. Sin falla, brillantes y alineadas. Son efectivamente una memoria, o la Némesis, como llamaban los griegos a la diosa que no podía olvidar: La Venganza.
Pero no sólo quienes odian se atormentan en la memoria. También quienes aman naufragan en ella sin hallar la pócima de olvido que los ponga a salvo del tormento de amor, que consume por dentro y devora sin tregua. Olvidar es perfectamente imposible cuando se ama. Por ello la peor moneda que puede recibir un amante es el olvido, no el odio: “ódiame, por piedad, yo te lo pido”.
En términos existenciales la memoria no es ni más ni menos que la dimensión de la existencia –somos hasta donde recordamos-, las márgenes de nuestra vida, las orillas de lo que somos.
La memoria inspira, sostiene y fortalece. Cuando olvido mis propósitos y mis metas en la mañana se me achica el corazón y pierdo el ánimo. No tengo ganas de levantarme. Pero los recuerdos que vienen a jirones, que es preciso buscarlos y separarlos de los recuerdos que nos embotan, de nuevo me disparan las alarmas y me llenan de afán.
Como raza humana, hemos tenido la habilidad para desarrollar instrumentos de la memoria: los libros. Al principio, algunos filósofos no estuvieron de acuerdo porque precisamente, acusaban a los libros de volver flaca y perezosa la memoria humana. Sin embargo, como sostiene Umberto Eco, los libros nos liberan la memoria permitiéndonos acumular saberes y datos que de otra forma nunca hubiéramos retenido. Ahora las bibliotecas son como memorias colectivas de las civilizaciones.
Diciembre es un mes que en forma inevitable nos desliza a la memoria y el recuerdo. Lo que suena de preferencia son los discos viejos, la música de antaño. Con afán se quiere rescatar la comida de tradición, las familias se reúnen a repetir la memoria del clan, a contar una y otra vez las anécdotas, no importa que haya que ir de una ciudad a otra: se viaja a recordar, a encontrarnos de nuevo con los rostros, las calles, los olores. Bendito este mes para recordar y no olvidar lo que somos.
*Docente Unillanos
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