sábado, junio 30, 2012

La voz propia, el registro personal (III)

He visto la fatuidad y el saber impostado en la universidad cuando se habla con la cita de Heidegger y el concepto de Habermas. Para los no avisados, es muy difícil distinguir la coral de la falsa coral, porque al principio, es simple conjugación de líneas. Una es una microrus venenosa y la otra, una cazadora furtiva de ranas. Sin embargo, el camuflaje le sirve para sobrevivir. Y si lo logra, en últimas es legítimo, aunque sea despreciable la estrategia, que no radica en ser ella misma sino en imitar otra. Aunque a la larga, puede ir menguando la autoestima porque se vive con horror el imprevisto encuentro con una microrus genuina, que mata y destruye una falsa competencia y expectativa de sí.


La voz propia, es muchas especies, es asunto crucial de sobrevivencia: los terneros, los pingüinos, dependen de su propia y única voz para tener identidad y diferencia.


Faltaría una parte a este ensayo si no se esbozan las formas de hallar la voz propia. La primera es muy sencilla. Consiste en recuperar la niñez, el corto tiempo de claridad y transparencia cuando somos nosotros mismos; antes de la acción deformante de la escuela, el aconductamiento social y la opinión común. Cualquier edad se puede perder, menos la niñez porque es y fue cuando fuimos nosotros mismos y no teníamos sobrepuestos los roles sociales, que suelen confundirse con el ser, siendo apenas una apariencia de ser con miras a un desempeño en determinada esfera social.


La segunda forma consiste en vencer el mayor miedo del ser, según Erik Froom. El miedo a estar solo. Casi siempre se adhiere al otro, a su voz y su opinión con la ilusión de estar en compañía y ser aceptado. Callamos así y pasamos por alto pequeñas al principio y hasta grandes cosas con las que no estamos de acuerdo. Contravenciones de morales, mezquindades, vicios y crueldad.


La tercera consiste en oírnos a nosotros mismos, poner cerco al ruido que nos llega a raudales de manera incontrolable. El ruido, el barullo, tiene como función generar desorden y apagar las otras voces. Es en el fondo del silencio que donde aflora nuestra propia voz, que solemos evadir cuando colgamos la conciencia y atención de la interferencia permanente e inoportuna del que quiere vender. Del falto profeta que mercadea la salvación, del ilusionista que tranza con el deseo, del ciudadano ejemplar que lo que quiere es domeñar.


Finalmente, la propia voz puede surgir de oír a los demás. Específicamente, a aquellos que encontraron su propia voz y transmiten una visión genuina de sí mismos y una impresión original e innovadora del mundo.

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