Si no tenemos
voz propia o registro personal significa que apenas prestamos nuestra boca a la
voz de otros. Simplemente repetimos sin estilo las letanías de izquierda, las
doctrinas de derecha o las instrucciones del catecismo.
El aforismo
griego de “Conócete a ti mismo” allana el camino para hallar la voz propia. No se
puede hablar en nombre propio sin habernos detenido en ello. La frase, sienta un precepto obvio; sin embargo, es difícil
de lograr. El yerro, tiene una fuente inagotable en la falta de saber sobre
nosotros mismos, la instancia más inmediata y con la que convivimos a diario. Estamos
muy ocupados en los otros, en oír a los demás. Un destino jugado, una decisión
trascendente para nuestras vidas, puede caer del lado de la ilusión de lo que
no somos.
La voz propia,
como toda realización de sonido, viene de la capacidad de escuchar, de
captarnos interiormente. Falta silencio a nuestro alrededor y hay demasiado
afán. Los escritores, los que lo han logrado, suelen aislarse para producir su
obra. Y se dan el tiempo. En el peor de los casos, han sido aislados a la
fuerza. Pero con afortunados resultados.
Casi siempre,
por cobardía, miedo o inseguridad, preferimos adherir a la voz de otros, antes
que confiar en el eco vacilante en un principio pero certero que anida en el
rescoldo de nuestras intuiciones.
La voz propia no
es grito ni imposición, es capacidad
para ser persistentes así se hable en susurro; ser razonables y coherentes con
nosotros mismos a costa de las presiones. Sin embargo, otras voces, algunas a
gritos, han ahogado nuestra voz desde niños: la escuela manda callar, la edad
es esgrimida para silenciar, la experiencia, el saber de los mayores, y otra
suerte de sofismas manda el silencio en torno al orador.
Pueblos enteros
han sido arrastrados cuando sucumben a la voz de uno solo, que niega el
diálogo, voz alterna y constructora, reguladora, enriquecedora, creadora,
plural.
Si alguien cantó y logró un registro único y personal,
no se lo puede seguir, sino a costa de nosotros mismos. Gogol en Rusia, García Márquez,
en nuestro caso, por falta de cuidado y distancia de los que los amaron, ha
ahogado la voz de jóvenes que prometían entonar. No se logra ser sino rebelándose,
resistiendo, formulando una nueva propuesta. No es fácil, las primeras notas, pueden
ser graznidos, no sabemos reconocerlas. Lo único es persistir, así parezca
diferente. Con el tiempo, puede ser el más feliz hallazgo, nuestra propia voz,
revelación de nosotros mismos. Valiente disgregación del coro, apartamiento
lúcido y fe en nosotros mismos.
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