He asumido como norma de conducta no consumir
productos cuya fuente de promoción para acelerar la compra sea el miedo o la roída
amenaza. Así, por ejemplo, los jabones antibacteriales que me ofrece la
publicidad, mostrándome las manos un niño normal bajo los efectos de una
lentilla que hace evidente la presencia de bacterias en la manos del menor, me
parece odiosa, insidiosa y cabrona.
¿Esperará el productor de jabones que manda a hacer la
pauta a los mercenarios de la publicidad, que producto del desagrado o el miedo
a la infestación bacteriana de los niños, producirán la decisión de compra de
su jabón?
¿O esperan los vendedores de seguros que creeré que el
miedo a lo inevitable e imprevisible de los eventos me ponga a salvo de las
contingencias de la vida y de esa manera llenar sus arcas, que ante
reclamaciones, ponen en evidencia cláusulas de excepción en letra menuda?
Si el matoneo, o bulling para los anglófilos, es el acoso
y hostigamiento mediante la amenaza que genera maltrato psicológico en forma
reiterada, este tipo de publicidad se base en ello, en el matoneo publicitario de
grandes empresas contra la grandes masas de consumidores.
De unos meses para acá se despacharon contra la
íntima, tranquila y discreta vagina: la de las abuelas, de las hermanas, de las
novias y parejas porque de forma insidiosa se ha dado a la emisión constante de
publicidad para casos clínicos como si fueran parte del paisaje de normalidad
con el fin de que se disparar la venta de sus productos.
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