Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*
Por escándalos más inocuos, se han caído gobiernos más conspicuos en el mundo. Hace unos años frente al televisor, con tono paternal, sinceramente dolido y convencido el Presidente Uribe dijo que era capaz de meter las manos al fuego por el recién acusado e investigado jefe del Das, Jorge Noguera. “Ese no es sino un buen muchacho” –sostuvo-; yo me he alojado en su casa, conozco a su esposa”. Al final de la defensa, estaba uno moquiando y arrepentido de haber tenido una mal pensamiento en contra de ese buen muchacho.
Pero a la postre, el lazarillo y buen samaritano, resultó acusado de suministrar información a grupos paramilitares de la Costa sobre la ubicación de sindicalistas que aparecían después muertos. También se vió acusado por alteración de cifras electorales que favorecieron al Presidente Uribe en el Magdalena Medio. Pero el escándalo no fue suficiente para que al gobierno lo sacudiera una leve brizna.
La noticia de los falsos positivos de Soacha, fue otra de esas falacias infames con las que oposición suele golpear al gobierno. Se empezaron a rumorar mucho tiempo atrás hasta que el peso de los hechos fue tan contundente que el gobierno tuvo que reconocerlos. El Presidente como Comandante en Jefe, por supuesto, quien había desatado una especie de fiebre entre las fuerzas armadas por los reconocimientos económicos y honoríficos, sacó el cuerpo olímpicamente y se desatendió del asunto, el cual endosó en su ministro de Defensa.
Otra vez, y de nuevo, el gobierno se mantuvo incólume, aunque el hecho fuera registrado internacionalmente como grave y lesivo contra los derechos humanos, propio de un régimen de terror, en contra de muchachos de extracción humilde. Fue suficiente la ofrenda de algunos oficiales en la Fuerzas Armadas en la pira del sacrificio que como chivos expiatorios purgaron la culpa.
Mientras los colombianos estamos expuestos a todos los riesgos de seguridad, el ministro de defensa opta por enviar a sus hijos a sus sitios de veraneo en helicópteros del Estado. Lo cual demuestra dos cosas: que la seguridad democrática es una cañazo y no garantiza ni siquiera que los hijos del ministro se puedan desplazar como cualquier parroquiano en chiva por las autopistas del país. Y dos: que no hay rubor, ni pudor ni vergüenza para gobernar y usar los recursos del Estado en beneficio personal.
Algún presidente gringo, por menos, sonrojado y lacrimoso, presentaría su renuncia frente a la televisión y de cara a toda la opinión pública. Las recientes y reincidentes chuzadas a teléfonos de miembros de la oposición, magistrados, periodistas, intelectuales, etc. son como pequeños “watergates”, recurrentes y de temporada que prácticamente se volvieron gajes del oficio del ejercicio de esta democracia. Pero aquí nadie pone la cara, a no ser funcionarios de medio pelo, de cuarto nivel y sin responsabilidad política en el gobierno.
Claro que el cinismo corre parejo, pues por lo lados de las Farc, se reconoció como suficiente razón para violar el derecho sagrado a la vida de los pueblos indígenas la condición de ser “informantes”. Son los hechos que refuerzan y otorgan miles de razones al país del sagrado corazón, de tendencia profundamente conservadora, autoritaria e hipócrita y que considera de muy mal gusto a la guerrilla o cualquier cosa que huela a izquierda.
Por escándalos más inocuos, se han caído gobiernos más conspicuos en el mundo. Hace unos años frente al televisor, con tono paternal, sinceramente dolido y convencido el Presidente Uribe dijo que era capaz de meter las manos al fuego por el recién acusado e investigado jefe del Das, Jorge Noguera. “Ese no es sino un buen muchacho” –sostuvo-; yo me he alojado en su casa, conozco a su esposa”. Al final de la defensa, estaba uno moquiando y arrepentido de haber tenido una mal pensamiento en contra de ese buen muchacho.
Pero a la postre, el lazarillo y buen samaritano, resultó acusado de suministrar información a grupos paramilitares de la Costa sobre la ubicación de sindicalistas que aparecían después muertos. También se vió acusado por alteración de cifras electorales que favorecieron al Presidente Uribe en el Magdalena Medio. Pero el escándalo no fue suficiente para que al gobierno lo sacudiera una leve brizna.
La noticia de los falsos positivos de Soacha, fue otra de esas falacias infames con las que oposición suele golpear al gobierno. Se empezaron a rumorar mucho tiempo atrás hasta que el peso de los hechos fue tan contundente que el gobierno tuvo que reconocerlos. El Presidente como Comandante en Jefe, por supuesto, quien había desatado una especie de fiebre entre las fuerzas armadas por los reconocimientos económicos y honoríficos, sacó el cuerpo olímpicamente y se desatendió del asunto, el cual endosó en su ministro de Defensa.
Otra vez, y de nuevo, el gobierno se mantuvo incólume, aunque el hecho fuera registrado internacionalmente como grave y lesivo contra los derechos humanos, propio de un régimen de terror, en contra de muchachos de extracción humilde. Fue suficiente la ofrenda de algunos oficiales en la Fuerzas Armadas en la pira del sacrificio que como chivos expiatorios purgaron la culpa.
Mientras los colombianos estamos expuestos a todos los riesgos de seguridad, el ministro de defensa opta por enviar a sus hijos a sus sitios de veraneo en helicópteros del Estado. Lo cual demuestra dos cosas: que la seguridad democrática es una cañazo y no garantiza ni siquiera que los hijos del ministro se puedan desplazar como cualquier parroquiano en chiva por las autopistas del país. Y dos: que no hay rubor, ni pudor ni vergüenza para gobernar y usar los recursos del Estado en beneficio personal.
Algún presidente gringo, por menos, sonrojado y lacrimoso, presentaría su renuncia frente a la televisión y de cara a toda la opinión pública. Las recientes y reincidentes chuzadas a teléfonos de miembros de la oposición, magistrados, periodistas, intelectuales, etc. son como pequeños “watergates”, recurrentes y de temporada que prácticamente se volvieron gajes del oficio del ejercicio de esta democracia. Pero aquí nadie pone la cara, a no ser funcionarios de medio pelo, de cuarto nivel y sin responsabilidad política en el gobierno.
Claro que el cinismo corre parejo, pues por lo lados de las Farc, se reconoció como suficiente razón para violar el derecho sagrado a la vida de los pueblos indígenas la condición de ser “informantes”. Son los hechos que refuerzan y otorgan miles de razones al país del sagrado corazón, de tendencia profundamente conservadora, autoritaria e hipócrita y que considera de muy mal gusto a la guerrilla o cualquier cosa que huela a izquierda.
*Docente Unillanos
No hay comentarios.:
Publicar un comentario